La sublevación del general Primo de Rivera y la consiguiente implantación de una dictadura bajo su mando tuvo éxito, como siempre han mantenido los historiadores, por el papel que en ella jugó en entonces rey, Alfonso XIII. Sin embargo, para el investigador Roberto Villa, autor de 1923. El golpe de Estado que cambió la historia de España (Editorial Espasa), la realidad fue mucho más compleja de lo que se ha contado hasta ahora.
La monarquía liberal, dice el autor, se había quedado sin sus pilares. Ya no tenía un sistema sólido de partidos y el soberano carecía de autoridad suficiente. Es más, la idea general era que el régimen estaba anticuado y que los políticos eran el problema, según habían predicado los regeneracionistas de la nueva política, siendo este un discurso asumido por buena parte de la sociedad y de la milicia. A ello se unió la crisis de eficacia para resolver problemas del último Gobierno de la Restauración.
En esta circunstancia de desafección general llegó el detonante: la llamada crisis marroquí. La tesis habitual es que el rey estuvo involucrado en el golpe para tapar su papel en ella. Sin embargo, para Villa el asunto es más complejo. El verano de 1923, Alfonso XIII supo que los socialistas y el sector «responsabilista» del Ejército querían instrumentalizar la comisión parlamentaria que investigaba Marruecos para enterrar definitivamente a liberales y conservadores. El objetivo era dejarlo sin políticos en los que apoyarse y que cayera la Monarquía.
El soberano pensó entonces en una «dictadura constitucional» a través de la Junta de Defensa del Reino –el gobierno en pleno, jefes del Estado Mayor y expresidentes-, para gobernar por decreto, y a los dos años convocar Cortes para ratificar lo hecho o exigir responsabilidades. «Aquello –asegura Villa en su obra– no suponía la destrucción del régimen constitucional para establecer otro autoritario». Era una variante del gobierno de concentración nacional del Reino Unido durante la Gran Guerra.
¿Un patriota?
Esta tesis desmiente la idea de un rey-dictador regeneracionista que desde niño quiso asumir todo el poder, y muestra a un hombre desesperado por no desligarse de la Constitución. En este sentido, Villa interpreta el discurso de Alfonso XIII en Córdoba de mayo de 1921 como una expresión de la frustración ante los obstáculos de las «pequeñeces de la política», afirmó, que impedían el «progreso y bienestar de España». Por eso, señaló que «dentro o fuera de la Constitución tendría que imponerse o sacrificarse por el bien de la patria». Fue una queja, para este experto, por el egoísmo de muchos, y un llamamiento al patriotismo.
Para este investigador, al contrario de lo que se cree, Alfonso XIII no tuvo nada que ver en el golpe de 1923, sino que lo aceptó porque no tenía alternativa. De hecho, habría intentado encauzarlo por vías constitucionales nombrando a Primo de Rivera presidente del gobierno, pero fracasó el 14 de septiembre.
El alzamiento concitaba la práctica unanimidad nacional, porque se trataba de hacer una revolución incruenta. Si el rey se hubiera opuesto al golpe, aventura Villa, «sus promotores le hubieran obligado a renunciar» porque creían que la «salvación de España» estaba por encima del mantenimiento de la monarquía o de su titular. Alfonso XIII no quería ser destronado y seguir la suerte de Isabel II en 1868, en la que un movimiento nacional se llevó la dinastía por delante, como acabó pasando finalmente en 1931.