En los más de diez años que el jefe de Oftalmología en el HUBU, Javier Jiménez, ha dedicado a estudiar la representación de las gafas en la pintura ha encontrado anacronismos de tal envergadura como una imagen de Virgilio o de los Apóstoles con anteojos. De ahí que concluya que el tema «está lleno de disparates». Pero, a la vez, es un relato gráfico de la evolución de esta prótesis sanitaria, «la más utilizada del mundo». Y de ahí que a Jiménez le apasione. Tanto, que lo abordó en su tesis doctoral y hace un par de semanas fue argumento para su ingreso en la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas (ASEMEYA).
«El discurso de Javier fue brillante», cuenta por teléfono Carmen Fernández, también oftalmóloga y presidenta de una asociación a la que pertenecieron eminencias como Gregorio Marañón o Ramón y Cajal. Tiene 150 miembros y está en una fase de «rejuvenecimiento» con incorporaciones como la de Jiménez, quien tiene algún libro publicado y un reconocido interés por el humanismo.
Así lo prueba que haya dedicado más de una década a un tema que sabe inagotable, porque siempre puede encontrar algún cuadro en el que las gafas ocupen algún papel. «He recopilado unos 180, con mucha paciencia y visitando decenas de museos», dice, especificando que internet lo pone algo más fácil porque abre la puerta a numerosas colecciones y fondos. «En otoño hice el Camino de Santiago y entraba en las iglesias a ver si encontraba algo nuevo, pero nada», dice, especificando que su búsqueda abarca desde el siglo XIV a finales del siglo XVII, «porque a partir de ahí, se dispara».
De entrada, aclara que el primero en pintar la prótesis fue Tomaso de Módena, en el Retrato del cardenal Hugo de Provenza, en 1350. Las gafas habían aparecido, se estima, medio siglo antes y también en Italia, en la región de Venecia, «porque era donde mejor manufactura había del vidrio». Pero la exposición para su ingreso en ASEMEYA no la hizo de forma cronológica, sino temática, «cuando la gafa ocupaba una figura central en la obra» y más reducida, con unas 115 imágenes.
Así, dedicó un apartado a San Jerónimo, muy representado con anteojos; a Quevedo, «cuyas gafas eran insignes y dieron nombre a una variante concreta»; o a actividades en las que la prótesis fuera relevante: en escenas de lectura o de contar dinero, porque «eso siempre ha preocupado mucho y son gafas de presbicia...». También dedicó tiempo a la evolución científica y, en especial, a la sujeción a la oreja, «que es aportación española y un proceso complicado». La primera muestra de ello, dice, es una obra de El Greco, El cardenal Niño de Guevara, en el que las lentes se acoplan a la oreja como las mascarillas. «Pero yo tengo documentada una obra que está en México y, en realidad, sería anterior», dice.
Esta pasión le ha deparado sorpresas, pero señala que lo más llamativo es cómo se pasó del uso de las gafas como «signo de distinción, de eruditos y de algo extravagante a un objeto de uso cotidiano que se tiene sobre la mesa».