Dado que una cosa es la libertad y otra bien distinta el libertinaje, la Policía Local de nuestro suelo bendito ha resuelto multar a una charanga por atacar su repertorio en mitad de la calle durante las últimas fiestas de San Pedro y San Pablo. No ocurrió, no, que Jorge Negrete se revolviese en la tumba al oír la espantosa versión que la banda estaba perpetrando de Ay, Jalisco, no te rajes, o que el trompetista la llevase de coñá con anís y el torerísimo solo de Nerva, que habría tenido que hendir los vientos y ascender gallardo hacia las estrellas, sonase como una birria; ello fue más bien que la noche hacía horas que había caído y las personas de orden, que como todo el mundo sabe se acuestan temprano, instaron a la autoridad competente a poner coto a tanto desafuero e imponer el silencio en su barrio, por muchos motivos de celebración que concurriesen.
Pero, en fin, como tampoco es cosa de habitar en un régimen policial permanente, parece poco probable que los agentes locales vayan a prestar oídos a partir de ahora a cada contribuyente que se queje acerbamente de toda suerte de contrariedades. Entre ellos se alistan, por cierto, los descreídos que protestan por los trastornos de tráfico y aparcamiento que provocan las celebraciones religiosas de la Semana Santa, que, como los sampedros, se extienden a lo largo de unas cuantas jornadas, desde la entrada del rabí de Nazaret en Jerusalén entre palmas jubilosas hasta su detención, ajusticiamiento y posterior regreso de entre los muertos.
Por no abandonar del todo el asunto de los viacrucis, también se antoja remoto el día en que el Ayuntamiento Excelentísimo determine multarse a sí mismo por las colas que se forman a diario desde la salida del sol en nuestra coqueta Plaza Mayor, formadas por ciudadanos que ansían hacerse con un certificado de empadronamiento con el mismo fervor con el que uno, en sus años jóvenes, aguantaba jornadas enteras a la intemperie con el propósito de adquirir una entrada para un concierto de The Cure. Como no es conflicto que vaya a resolverse de un día para otro, bien podría la alcaldesa contratar una charanga para amenizar la espera de sus convecinos, que al fin y al cabo para esa hora ya está todo el mundo levantado.