En el «infierno burgalés», como definió Pure a lo que se siente por estos lares en noches con viento gélido similar al de ayer, los brujos y brujas se sienten cómodos para realizar sus prácticas mágicas con ayuda del demonio.Por eso en el arranque del Carnaval se pusieron de acuerdo para llevar a cabo un aquelarre de música y fuego, concierto y pirotecnia, bailes y tambores con los que ahuyentar -al menos por un rato- cualquier pensamiento de pesadumbre relacionado con otro tipo de ruidos, zumbidos en el aire y llamas en la noche en el Este de Europa.
Con una Plaza Mayor llena como hacía tiempo que no se veía y con los mismos pocos disfraces de siempre, el músico Pure trató de sacar del frío a los «burgaleses, burgalesas y burgalesos» con una sesión electrónica. Vestido de macho cabrío o de elegante señor diablo, se emocionó al comprobar que ese era su primer concierto con el público de pie en al menos dos años. Desde el balcón del Ayuntamiento estuvo dándole a los sintetizadores mientras los concejales que acudieron al acto (más de los que recuerdo haber visto juntos en cualquier otro inicio de Carnaval) se hacían selfis en directo con el diabólico músico.
Después del concierto llegó su pregón, un discurso con el que descubrió una nueva faceta: la de rimador o constructor de pareados. En tono jocoso y con el público embelesado, habló del amor a los animales, las zonas de esparcimiento canino, las barracas, su parecido con el Cid del cartel que anuncia el Carnaval o la necesidad de que haya más cultura. El punto final lo puso con una canción arreglada sobre la base de la de Celia Cruz La vida es un Carnaval.
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