«No comí ni dormí hasta que pude abandonar Cuba»

I. Elices / Burgos
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Juan José Cuezva, el burgalés de 74 años al que la Policía política agredió en La Habana al tomarle por un opositor, relata su pesadilla y critica la nula atención que le prestaron en la Embajada de España

Juan José Cuezva posa con el rostro sonriente 20 días después de aterrizar en Madrid y más sosegado tras la experiencia vivida en La Habana. - Foto: Patricia

Fue tal la angustia que experimentó Juan José Cuezva en los momentos posteriores a la agresión que sufrió a manos de la policía cubana, que cuando llegó al aeropuerto de La Habana para regresar a España se desmayó y perdió  la consciencia hasta varias horas después de aterrizar en Barajas. La crisis de ansiedad que le sobrevino tras la amarga experiencia de haber sido tomado por un opositor al régimen culminó en un colapso de tal calibre que lo dejó KO durante más de un día. «No recuerdo nada desde que me caí al suelo tras bajar del taxi en el aeropuerto, en Cuba, hasta que ‘desperté’ en Madrid en una sala de equipajes desierta y con la cinta ya parada», evoca. En ella descansaba una única maleta, la suya. La cogió y en ese momento fue cuando dio por concluida la pesadilla.

Este burgalés de 74 años voló a Cuba en el mes de enero y lo hacía por primera vez solo. Su hermana Natividad -mayor que él- le ha acompañado desde 1976 a los más de 40 viajes al extranjero que ha realizado desde esa fecha, pero en esta ocasión se quedó en Burgos pues sufre ya algunas dificultades de movilidad. Juan José no es un turista al uso, es un viajero, al que le gusta mezclarse con los habitantes de los países que visita y adoptar sus modos de vida durante el tiempo que permanece en ellos. Sin duda, la experiencia que vivió el día 9 de febrero, domingo, en la Habana, cuando iba a misa, ha sido la más dura. Hasta el punto de que desde que dos hombres le redujeron y le metieron en un coche para pedirle la documentación todos sus esfuerzos estuvieron encaminados a denunciar los hechos y a intentar adelantar su regreso a España. «No dormí ni comí en los tres días que tardé en abandonar el país», afirma ahora más sosegado.

La agresión que sufrió fue junto a la iglesia de Santa Rita, el lugar de reunión de Las Damas de Blanco, un grupo opositor al régimen comunista integrado por esposas y madres de presos políticos. «Me confundieron con un líder de la oposición, me dijeron luego, pero yo solo quería ir a misa», recuerda. Una de las componentes de la facción le explicaría después que desconocen en qué prisiones se encuentran sus parientes y albergan serias dudas de que algunos sigan vivos, porque el Gobierno castrista no les proporciona información. Este relato conmocionó aún más a Juan José, pues en los días posteriores temió que «volvieran» a por él. «Quién sabe, podían haber vuelto a por mí, meterme en una de esas cárceles y, después, quién iba a dar conmigo», se pregunta. Todos estos pensamientos se agolparon en su mente en los días posteriores.

Y la Embajada de España no contribuyó precisamente a tranquilizarle. Más bien al contrario. Acudió a ella ese mismo día. Le condujeron hasta una oficina y le entregaron una cuartilla de papel para que la rellenara escribiendo lo que le había sucedido. «Así lo hice; traté de entrevistarme con alguien, no pedía con el embajador, pero con alguien, quizás el cónsul, el vicecónsul o el último en el escalafón; pero no vino nadie», se lamenta. Le dijeron que el personal «tenía mucho trabajo» y que nadie podía recibirle. «No sé cuántos casos de este tipo llegan a la Embajada, pero espero que no sea muy frecuente que la Policía de allí reduzca a una persona de 74 años para pedirle la documentación», señala. Hay que recordar que Juan José sufrió heridas en el brazo y hubieron de atenderle de un fuerte dolor en el hombro en un centro médico. Los agentes de la Policía política que fueron a por él lo agarraron por detrás, le cogieron por las axilas y le estamparon contra un muro, antes de introducirle en un coche. Al más puro estilo de Berlín Este en los años setenta y ochenta.

Si eso le ocurrió teóricamente en suelo amigo, la odisea para presentar la denuncia ante la Policía del país fue kafkiana. Llegó a la Comisaría a las 21 horas y no salió hasta pasadas las dos y media de la madrugada. Ni se dignaron a entregarle una fotocopia con la declaración, así que se imagina lo que pudieron hacer con ella. Casi 20 días después de su regreso a España nadie le ha llamado desde allí, ni desde la Embajada siquiera, para preguntar cómo se encuentra.

Su hermana Natividad le acompaña durante la entrevista. «No vuelves a ir solo de viaje extranjero», le espeta en un momento dado. A pesar de su carácter aventurero, asiente y le da la razón sonriendo. Sintió miedo, admite, no tanto en el momento en que sufrió el ataque, pues pensó que le estaban atracando, como cuando se enteró de que le habían tomado por un opositor. «Si han venido una vez a por mí, por qué no otra», pensaba. Había que poner los pies en polvorosa en cuanto fuera posible. Y logró adelantar el viaje un día. Pero no avisó a su familia. En Cuba el clima de desconfianza hacia el régimen es tal que el dueño de la casa donde se hospedaba recomendó que no llamara a nadie porque era posible que «los teléfonos estuvieran pinchados». Así que cuando llegó a Madrid no había nadie esperándole, pues sus parientes creían que llegaba al día siguiente.

Su incidente fue conocido inmediatamente en los círculos de la oposición y en Miami. Junto a la iglesia de Santa Rita pululan periodistas americanos en busca de una historia y la de este burgalés les interesó nada más conocerla. Le fotografiaron y le grabaron mostrando su brazo lesionado y relatando lo sucedido. Una aventura que nunca olvidará.