La matriarca de la gran familia

I.E. / Burgos
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Flor Pérez cumplió el sábado 90 veranos rodeada de su extensa descendencia, pues en 25 años dio a luz a 16 hijos. Solo cuando tuvo al último, Diego, la vio un ginecólogo. Genio y figura

El 90 cumpleaños de Flor Pérez se convirtió el sábado en la excusa perfecta para reunir a toda su descendencia tras una vida de sacrificio y renunciar para criar a 16 hijos. - Foto: Patricia

Sin exagerar demasiado Flor Pérez puede ser considerada la madre de la provincia, pero también la abuela, la bisabuela y la tatarabuela. El «destino», como ella dice, le llevó a parir 16 hijos, una descendencia que ha dado fruto a una de las familias más extensas de Burgos. Y sus herederos, agradecidos a tantos sacrificios, le organizaron el sábado una fiesta de cumpleaños (90 cumple) en la que por primera vez en muchos años se juntaron todos los vástagos vivos (13) y toda su parentela. Entre nietos (27), bisnietos (20) y el que está en camino, el tataranieto y las parejas de muchos de ellos el evento congregó a 90 personas, las mismas velas que tuvo que soplar la protagonista de esta historia de amor, renuncias, esfuerzo y generosidad. 

Florentina -Flor la han llamado toda la vida- se quedó sin infancia prácticamente cuando la estrenaba en su pueblo, Santibáñez Zarzaguda. A los 3 años se quedó huérfana de padre. Su madre, con cuatro hijos, tuvo que multiplicarse para sacarlos adelante y se dedicó «a recoger huevos por los pueblos para llevarlos a la capital». Se criaron con su abuela, que les daba de comer y les cuidaba «muy bien». Pero muy pronto, con tan solo 7 años, se puso a trabajar. Su carácter abnegado y su talante optimista se empezaron a forjar con esa edad, cuando encadenó varios 'empleos', primero como cuidadora de niños en una casa en Mansilla, donde dormía en un colchón de paja tirado en el suelo; después como pastora de cabras, y más tarde como subalterna en una explotación agrícola. Hasta que a los 12 años la enviaron a Reinosa, de interna en una familia donde tenía que cuidar de un niño de 3 años y de una niña de año y medio. «Yo, que no sabía si un huevo se ponía en una sartén o en un cazo», evoca ahora.

Fue el destino el que me llevó a tener 16 hijos, pero estoy muy orgullosa de cómo los he criado a todos, nunca me dieron las 12 de la noche en la cama ni las 7 de la mañana»
Flor Pérez

Pero igual que en la actualidad, por muchas penurias que haya pasado siempre tiene dibujada una sonrisa en el rostro. «Yo, siempre contenta», afirma. Cuando regresó a Santibáñez conoció al que se convertiría en su marido, un gallego que había recalado en el Ayuntamiento para trabajar como alguacil. El noviazgo empezó como muchos en aquella época y en esa Castilla profunda, un poco por inercia y sin demasiado entusiasmo. Se llamaba Andrés Andrade, empezó a rondarla cuando ella tenía 16 años y a los 19 se casaron. A los 20 dio a luz a María Jesús, la hija mayor, que ahora vive en Galicia. Llegó tras el primero de los 15 embarazos (en uno de ellos parió mellizos) que encadenó en los siguientes 25 años, hasta que cumplió 45 y llegó el pequeño, Diego, el único que nació en Burgos capital y en un hospital. Sí, porque hasta ese momento a Flor no la había visto un ginecólogo -ni siquiera un médico- porque en el pueblo era una vecina -comadrona- quien la asistió en los partos.

El 90 cumpleaños de Flor Pérez se convirtió el sábado en la excusa perfecta para reunir a toda su descendencia tras una vida de sacrificio y renunciar para criar a 16 hijos.El 90 cumpleaños de Flor Pérez se convirtió el sábado en la excusa perfecta para reunir a toda su descendencia tras una vida de sacrificio y renunciar para criar a 16 hijos. - Foto: Patricia

¿Que por qué tuvo tantos hijos? Ella dice que «fue el destino», que le puso delante la misión de sacar adelante a 16 criaturas. «Pero siempre lo hice con gusto y sin quejarme; y eso que nunca tuve cochecito ni cunas y en Santibáñez había que ir a lavar al río, en invierno y en verano», rememora. Su hija Paqui recuerda que a los cuatro días de haber dado a luz su madre «ya estaba a orillas del Úrbel con la ropa y la criatura recién nacida a la espalda».

En el piso de Carrero dormíamos los 5 chicos en una habitación con literas; mis padres solos; 4 hermanas y la abuela en otra y las otras cuatro en la última» .
Diego Andrade Pérez

En el año 1978 se mudaron a Burgos y en el año 80 se compraron la primera lavadora. ¿Cómo se organizaba una familia de 18 miembros -bueno, 19, porque también residía con ellos la abuela- para vivir en un piso de Carrero Blanco (actualmente barriada del Vena)? Diego, el pequeño, lo cuenta: «Mis padres dormían solos en un cuarto; los cinco chicos, en una habitación con literas; cuatro chicas y mi abuela en otra, y otras cuatro en la última». En el momento que aterrizaron en la capital dos de los hijos ya se habían emancipado. Es buen momento en este reportaje para nombrarlos a todos: María Jesús, José (ya fallecido); los mellizos Paquito y Paca (que murió con 9 meses), Sillo, Paquita, María Amor, Abel (fallecido), Santi, Maleni, Luisi, Rosi, Flori, Asun, Merche y Diego. 

¿Y para salir adelante solo con el sueldo del padre? Para empezar, «se aprovechaba todo», comenta Rosi. «Con el pan del día anterior -se compraban 11 barras- desayunábamos rebanadas untadas de mantequilla y mojadas en chocolate hecho con dos onzas para cada uno y agua; con eso íbamos al cole», añade. Y, claro, las comidas tampoco se prestaban a muchas florituras.  Había un menú semanal que alguno de los hijos continúa ejecutándolo a rajatabla: los lunes, alubias blancas; los martes, lentejas; los miércoles, macarrones; los jueves, alubias pintas; los viernes, arroz; los sábados, garbanzos, y los domingos, espaguetis. «Y después le seguía un segundo de salchichas, pollo, un filetito», subraya Diego.

Para mantener una familia tan extensa, los hijos se pusieron a trabajar desde bien pronto y en toda clase de oficios, desde cuidar niños en casas, hasta como barrenderos o albañiles. «Todos teníamos que contribuir», explica Merche, quien  con 14 años se puso a trabajar en una casa.

Nos pusimos a trabajar todos muy pronto para llevar dinero a casa; a los 14 años me puse a cuidar niños y mis hermanos empezaron de barrenderos o albañiles»
Merche Andrade Pérez

Hubo un momento en la vida de esta gran familia que refleja perfectamente el empeño de la matriarca por mantenerlos a todos unidos. A su marido lo destinaron a Huerta del Rey, donde le daban casa, de manera que se planteó un dilema. ¿Dónde residir? Andrés quería que Flor y los pequeños se mudaran al pueblo con él, mientras los mayores, algunos de los cuales trabajaban, se quedaban en Burgos. Pero Flor lo tuvo claro. «Dije que no, que todos juntos, y nos quedamos en la capital y mi marido iba y venía», indica.

En el año en que Rosi se casó, en 1991, el padre sufrió un accidente de tráfico cuando iba a trabajar con su R-8 por la N-234, a la altura de Hortigüela. Fallecía a las pocas horas en el hospital. Le quedaban pocos meses para jubilarse. Fue un duro golpe para la familia, pero se repuso, gracias al temperamento optimista de Flor. Como se trató de un siniestro 'in itinere', fueron indemnizados «con 30 millones de la época». ¿Qué hizo la matriarca? Repartió un millón a cada uno de sus hijos y buena parte del resto lo invirtió en rehabilitar la casa de Santibáñez, con el fin de convertirla en lugar de reunión familiar. Una iniciativa que pone de manifiesto su obsesión por mantener unidos a sus hijos y toda su descendencia. 

Había que aprovecharlo todo; comprábamos 11 barras  y con el pan sobrante del día anterior hacíamos rebanadas para untarlas en chocolate con agua» 
Rosi Andrade Pérez

«Estoy muy orgullosa de todos mis hijos y de todo lo que he hecho; a mí nunca me dieron ni las 12 de la noche en la cama ni las siete de la mañana», una frase que revela el nivel de dedicación a su familia. Aún hoy, reconocen sus hijos, sigue ayudándolos a todos, con préstamos que devuelven sin intereses, «como si Flor fuera el Banco de España». De los 13 hermanos que viven, 10 lo hacen en Burgos. Algunos de ellos acompañan a su madre los domingos a comer, pero tienen por norma reunirse «todos en la casa de Carrero a tomar café». «El día que menos nos juntamos 26», señala Diego.

A sus 90 años ha criado a 16 hijos, se ha enfrentado a la muerte de tres de ellos y de su marido y ha superado un cáncer de pecho, pero siempre mira al futuro con alegría. En los últimos años ha viajado a Chile y a Marruecos y se ha ido de crucero en más de una ocasión. De ningún modo hubiera preferido tener otra vida, pero es cierto que ahora, a cualquier mujer que quiera escucharla, le dice sobre los hijos que «mejor dos que tres».

Felicidades, Flor, y que cumpla usted muchos más.