Sospechábamos que tanto AVE a la carta estaba vistiendo un santo para desvestir a otro. Y ahora se va confirmando. Seremos de los países del mundo con más vías veloces, pero que no nos quite nadie el casticismo cañí de las estaciones en blanco y negro, las chapuzas recurrentes y las precariedades. Es esa cosa como de nuevos ricos.
Si algo nos encanta a los españoles es ir de balde, práctica que se ha puesto de moda con los bonos de cercanías que destinan recursos públicos a pagarle el viaje al prójimo incluso si éste no lo necesita, sea el hijo de la Duquesa de Alba o el Presidente de Johnson & Johnson (un poner): basta con que esté empadronado en Valladolid (verbigracia) y se compre un bono, vaya chollo.
Ya sabíamos que la atención al cliente nunca resultó ser el fuerte de las administraciones, singularmente porque han cliente suelen tomarle como antagonista en caso de problemas, pero los excesos que tienen lugar con motivo de los retrasos, averías, anomalías, abundan en la extravagancia. Ese concepto lanar que se tiene de la gente en Chamartín o en un convoy averiado. Ni una explicación, ni una advertencia, ni una disculpa…. Empatía, simpatía….
La red de los ricos, de los trenes ultrasónicos, gigantes con pies de barro, de eso que todo el mundo parece cabreado, como en esos países donde se decía que el régimen comunista hacía como que pagaba a sus empleados y éstos como que trabajaban… Esas pantallas con información ajadas, que cualquier hijo de vecino tiene una tele mejor en casa, esas megafonías del "No-do", esas instalaciones, esos precios de las cafeterías de las estaciones.
El tren está en crisis en su mejor momento. Hemos confundido las prioridades y así nos luce el pelo. Al final no era la alta velocidad, no era el tren bala. Era el mantenimiento, el servicio, la prioridad. Lo básico, aquello que suele quedar agostado por la propaganda y la prosopopeya. El niño del anuncio de los setenta que pedía "papá ven en tren" debe estar dándole una vuelta.