La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ha tenido unos días de alivio después de una etapa de arrinconamiento dentro del Gobierno. Las últimas decisiones del Ejecutivo y la tramitación de sus iniciativas le ha permitido recuperar aliento para ella y su espacio político. Tras los desacuerdos con el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, Yolanda Díaz ha logrado vencer las resistencias de su compañero en la mesa del Consejo de Ministros para que el proyecto de reducción de jornada laboral a 37,5 horas a la semana se debata en la sesión del próximo martes y el debate parlamentario por el procedimiento de urgencia. La iniciativa no cuenta con el respaldo de la CEOE y además tendrá serias dificultades en su tramitación en el Congreso por la oposición del PP, siempre tan cercano a los intereses de los empresarios, como de Junts, que representa al mismo sector en Cataluña. Las declaraciones del Gobierno de Madrid, sobre el coste económico y en creación de empleo de la aplicación de esa norma serían de asustar si no formara parte de los tradicionales vaticinios apocalípticos cada vez que se aplica alguna medida de carácter sociolaboral, que afortunadamente no llegan a materializarse.
Yolanda Díaz tampoco ha logrado el acuerdo sobre la subida del salario mínimo interprofesional alcanzado con los sindicatos y con el beneplácito del Gobierno, que supondrá un incremento superior al cuatro por ciento para aproximarlo al sesenta por ciento del salario medio de los trabajadores, pero ha sido su segundo éxito en la última semana, cuando tan necesitada estaba de sacar adelante propuestas de carácter social que constituyen su seña de identidad y la forma que tiene Sumar de no sucumbir a la potencia del socio mayoritario de la coalición en el Gobierno. Además, el espacio de Sumar, a través del ministro de Derechos Sociales, Pablo Bustinduy tiene avanzados los trabajos de una nueva ley de dependencia, uno de los pilares del estado de Bienestar que se ha constituido en un agujero negro por las listas de espera para la fijación de las ayudas económicas y por el déficit de plazas en las residencias de mayores, y proyecta también una ayuda universal por crianza de niños.
A pesar de los encontronazos con el ministro de Economía, la convivencia de Sumar en el Gobierno es más plácida que cuando era Unidas Podemos quien se sentaba en el Consejo de Ministros. Por este motivo, las relaciones entre las dos formaciones siguen siendo frías cuando no de evidente animadversión, una circunstancia que, de cara al futuro, limita las posibilidades de que pueda volver a constituirse un nuevo gobierno Frankenstein.
Aunque últimamente se han lanzado mensajes de paz desde Sumar a Podemos, de que el líder de Izquierda Unida, Antonio Maíllo no deja de señalar lo evidente, de que sin la unión del espacio a la izquierda del PSOE la victoria de la derecha y la ultraderecha está servida, desde Podemos se potencia la figura de Irene Montero y señala que si se quiere una nueva unidad, que está muy lejos, se tendrían que aceptar las elecciones primarias para la confección de las listas electorales. Sumar está a la espera de configurar su nueva dirección y su programa estratégico mientras que Podemos se encuentra cómodo poniendo en apuros al Gobierno sabedor de que sus cuatro escaños son tan necesarios como los siete de Junts para que saque adelante sus proyectos.