No son ni las cuatro de la tarde y el carnicero recala en mi pueblo. Lo hace con cuatro pitidos largos y bien sonoros para que los vecinos se enteren de que ha llegado. Así funciona de toda la vida, al menos desde que yo tengo recuerdos, y así se mantiene. Pues bien, detrás de esos toques de claxon tan reconocibles se halla un servicio que resiste como pocos, que no falla ni en verano ni, sobre todo, en el crudo y largo invierno que afrontan los pequeños municipios. De alguna manera es el pitido de la resistencia, el que refleja que todavía hay vida, que no todo está perdido.
Puede que en Ciruelos de Cervera y en tantos pueblos de la provincia ya no queden ni una décima parte de quienes disfrutaron de la época estival, que el frío apriete y este año los jubilados hayan hecho las maletas antes del puente del Pilar, pero otros tienen claro que ese es su lugar. Aquí figuran quienes viven todo el año o la mayor parte y también quienes ayudan a que así sea. De ahí la importancia que juega, por ejemplo, el carnicero, que un par de veces por semana llega hasta la puerta de casa. Los parroquianos no tardan en acudir a la llamada. En ese momento, se abre hacia arriba un lateral de la furgoneta y ya se puede contemplar un mostrador en el que las chuletas y los filetes van acompañados de la calidez que aportan las relaciones fraguadas a lo largo del tiempo.
Todos saben que en verano el carnicero no llega hasta las ocho de la tarde, por lo menos. Al fin y al cabo, los pueblos se hallan a rebosar de gente y la ruta es sagrada. Si tu municipio es de las últimas paradas, toca armarse de paciencia. En otoño e invierno el panorama cambia: no hay colas y las compras se hacen a primera hora de la tarde (tanto que luego más de uno se va a la siesta). Ya ven, este también podría ser un indicador de los vaivenes demográficos que experimentan las zonas rurales.
Ahora bien, sea a una hora u otra, lo que está claro es que el pitido sigue sonando. Y cómo se agradece. Porque, por desgracia, nos hemos acostumbrado a perder servicios. En Ciruelos ya van unos cuantos años sin entidad bancaria y tampoco hay visitas médicas de manera frecuente. A ello se suma que no siempre se valora como es debido a quienes continúan al pie del cañón, a veces en segundo plano y con gran discreción, pero AHÍ, contra viento y marea. Yo lo tengo claro: que no falten los toques de claxon.