¿Una reforma constitucional? Cada año, por estas fechas, escribo a favor; qué cansancio, Señor... Preparo un estudio sobre la Constitución de Leonor I -esperemos que las reformas lleguen antes de que ella comience su reinado- en el que, ayudado por severos constitucionalistas, concluimos que habría que retocar no menos de treinta artículos, procedentes no solo del muy desfasado Título de las Autonomías, en nuestra ley fundamental. Varios de estos artículos están obsoletos -como el que habla de la obligatoriedad del servicio militar--, otros son confusos y alguno, como el que aún prima al hombre sobre la mujer en la sucesión de la Corona, es inconstitucional. Pero los peores son los artículos incumplibles, o que, simplemente, no se cumplen, como, y es el ejemplo más reciente, la obligatoriedad de presentar Presupuestos anualmente.
Sí, la Constitución se incumple: por ejemplo, con ocasión de la última convocatoria electoral, que desembocó en los comicios del 23 de julio de 2023, se violó la letra y el espíritu del artículo 115, que ordena que, antes de anunciar la disolución de las Cámaras convocando elecciones anticipadas, el presidente del Gobierno haya de reunirse con sus ministros y comunicárselo. Cosa que patentemente no se hizo cuando, en mayo de 2023, recién salido de unas elecciones autonómicas y locales desastrosas para el PSOE, Pedro Sánchez se subió al atril de La Moncloa y, sin preguntas molestas de periodistas ni encomendarse ni a Dios ni al diablo, nos llamó a las urnas para dos meses después.
Sí; hemos perdido, a fuerza de retorcer la legislación, el respeto por las leyes, de manera que seguimos aún discutiendo si la amnistía fue una medida que se ajustaba o no a las previsiones de la Carta Magna, o si las variaciones de calado en el Código Penal se ajustan al principio básico de que las leyes deben defender al Estado. Hoy, sostengo que nuestro Estado tiene una normativa muy endeble para defenderlo.
Restaurar el respeto por la Ley, con mayúscula, exigiría un consenso para que vayan estudiando los principales partidos políticos, casi como en un período constituyente, las reformas básicas para modernizar, digitalizar y actualizar la Constitución a los tiempos del Cambio generalizado que vivimos. Fortalecer la forma del Estado y a la principal institución y hacer coherentes muchos aspectos relacionados con la territorialización habrían de ser los dos principales móviles reformistas en un diálogo entre el partido que sustenta al Gobierno y el principal de la oposición. Siempre, por supuesto, escuchando y, en lo posible, atendiendo lo que las demás fuerzas tuviesen que decir. Lo que no puede ser es que esas otras fuerzas, minoritarias, que son las que nunca acuden a la fiesta de la Constitución, sean las que determinen el rumbo, o la falta de él, del Estado.
Y esta es, ay, la situación real que vivimos, no la quimera que inventamos, cuando, este viernes, nos disponemos a celebrar un nuevo aniversario, el 46, de una buena ley fundamental que, por miedo y, me temo, también por estrechez de miras, pereza y falta de patriotismo, vamos dejando que se degrade año tras año; eso sí, siempre con bellas palabras de amor y lealtad constitucional. Hasta llegar aquí.