Juan Carlos Pérez Manrique

Estos días azules...

Juan Carlos Pérez Manrique


Otoño, vid

02/10/2024

En la serie que Goya pintara sobre las estaciones, el otoño lo simboliza la vendimia y el amarillo, palabra derivada del amarus latino, que significa amargo, triste, por relación con enfermedades que producían ese color y con la melancolía que conducía al final. Sin embargo, no hay tensión, ni resignación en la pintura. Los personajes principales parecen satisfechos en el escenario; los agricultores, afanados en la tarea recolectora de una cosecha abundante porque el cielo, ajeno todavía a ningún cambio climático que acumule catástrofes, no ha querido bebérsela. Hay en el cuadro armonía, encuentro del hombre con la naturaleza, la rutina de ciclo y labor que se repite durante milenios.

Los arqueólogos han transmitido que las primeras pepitas de uva se encontraron en una zona de Georgia en la que el cultivo de la vid debió iniciarse hace alrededor de 8.000 años. Planta viajera, pronto empezó a extenderse, creando paisaje y geografía por Asia Menor y Egipto, por el Mediterráneo, donde las musas olían a vino y por Europa, donde las vides, protegidas de los bárbaros por monjes en monasterios, empezaron a regar libros y leyendas; a perpetuarse en la tradición y en el arte de la escultura y la pintura de la iconografía cristiana. Desde el principio y hasta el presente, siempre ha existido una deliciosa y libre armonía entre licores y literatura, entre licores y artes plásticas. Armonía mejor que 'maridaje', voz de la terminología amanerada gastronómica y que alude a algo más reglado y menos libre.

Cuando misioneros y colonos españoles llevaron la vid a México, dada la simbología sagrada del vino y aunque la liturgia lo impusiera, digo que pensarían también más razonable ofrecer a las divinidades la sangre de la uva, el fruto de la tierra, antes que la sangre de los hombres y sus entrañas. Y me gusta pensar que cuando los colonos españoles llevaron el cultivo de la vid a México lo hicieron porque pertenecían ya a ese Renacimiento tan vital y ansioso por recuperar a Baco, la fiesta y la danza. Y porque también quizás anhelaban mantener el eterno viaje de esa planta durante milenios errante y protegida, vagabunda y deseada. De esa planta tan capaz de tejer sociedad y relación, como cuando en la Grecia antigua se bebía en grupo discutiendo de filosofía y como pasa ahora en tantas ocasiones y lugares, determinando hasta la forma de expresarse en esas zonas de América en las que no vas con alguien a «tomar una botella» sino a «conversar una botella».