No es momento de lamentos, que de poco servirían, pero con algo de envidia sana me vienen recuerdos al hilo de la polémica que vive nuestra vecina Valladolid entre defensores y detractores del soterramiento de las vías férreas, acrecentada tras el anuncio del ministro Puente de levantar, junto a la actual de Campo Grande, una macroestación de trenes por 253 millones de euros. Aunque las cuentas de aquí aún bailan, se trata de una cantidad similar a lo que costaron en Burgos las obras del desvío, incluida la nueva estación de viajeros, para la que se presupuestaron 18,5 millones.
Allí el debate está en enterrar las vías o integrarlas en el tejido urbano, no en quitárselas de en medio. En Burgos, tras un cambio en el guion del soterramiento, se impuso la decisión del desvío del tren, convertida en realidad en diciembre de 2008.
Adelantándonos a los pucelanos, hace casi medio siglo en Burgos se planteó la necesidad de acabar con los inconvenientes que acarreaba el tren a su paso por la ciudad, a la que dividía con un muro de la vergüenza y ocasionaba accidentes por atropellos y otros problemas de ruido, suciedad y atascos de vehículos cada vez que bajaban las barreras. Inicialmente, Renfe planteó como solución construir pasos a distinto nivel en lugares como Santa Dorotea, la calle de Madrid o en San Julián. Desde el Ayuntamiento se defendió desde el principio la depresión de las vías. Después ya se habló de soterrarlas en más o menos metros y se hicieron decenas de proyectos como el Pasillo Verde Ferroviario o el Pasillo Ferroviario de Burgos que plantearon las grandes constructoras de la ciudad.
Sin entrar en los razonamientos técnicos, políticos y económicos de cada solución propuesta, la Convergencia Ciudadana por el Desvío que integraban algunos partidos políticos y asociaciones vecinales apostó por sacar el tren del casco urbano. Cobró fuerza lo del desvío con el proyecto de la Red Arterial Ferroviaria de Burgos y el Ayuntamiento, después de dar la murga durante 18 años con el soterramiento, llegó a un acuerdo con el Gobierno y la Junta para construir la Variante Ferroviaria de Burgos con un nuevo trazado de 20 kilómetros de vías por el norte de la ciudad.
¿Por qué será que cuando voy o vengo de la estación Burgos-Rosa Manzano (antes llamada Rosa de Lima) me vuelven a la cabeza palabras como soterramiento o depresión?