Rosa Ortiz lo mismo hace de conserje en la gala lírica, que una visita guiada, que cocina para los voluntarios, que trabaja en el equipo de Arqueología. Esta mujer inquieta y generosa se enamoró primero del paisaje de Las Merindades y se hizo con su segunda casa en Manzanedo -la primera está en Las Arenas (Vizcaya)-. Después llegó su idilio con Rioseco, un proyecto que le parece «apasionante» y del que este año le ha emocionado reencontrarse con jóvenes que han vuelto a poner su grano de arena en la Semana del Voluntariado, como la arquitecta Irene Martínez.
Para Rosa, más allá de la recuperación del monasterio y del legado que dejan quienes lo están haciendo posible, «Rioseco tiene el gran valor de ser capaz de cohesionar a personas, a las que nos une el espíritu de Rioseco». El alma mater de este espíritu, el párroco Juan Miguel Gutiérrez, que va de acá para allá atendiendo todas las demandas de los sesenta voluntarios que de media están participando cada día en las labores de limpieza y desescombrado, también destaca el lado humano. «Otra vez, el trabajo de los voluntarios ha cambiado la fisonomía del monasterio. Da gusto verlo. Es sorprendente ver lo que vamos descubriendo, pero especialmente la gente que lo hace posible», afirma.
El grueso de los voluntarios llega de las distintas localidades del Valle de Manzanedo, Villarcayo y Valdivielso, pero muchos turistas que un día pasaron por el monasterio se han convertido en fieles de la Semana del Voluntariado, donde sorprendentemente los madrileños están superando a los vizcaínos. Una de esas familias madrileñas es la de María Luisa, que recorrió Merindades con su auto- caravana el pasado verano y recaló en el monasterio por pura casualidad, «mirando Google cuando volvíamos de Ojo Guareña». El guía, Gonzalo Villanueva, les habló de la Semana del Voluntariado y aquí están ella y su hija, porque su marido no ha podido venir. El año que viene ya están pensando en traerse a unos amigos que esta vez tampoco han podido acerarse.
Esta maestra admite que «es un trabajo duro, pero muy gratificante». «Remar todos en una misma dirección está fenomenal», señala esta mujer que ha sacado escombro sin descanso de una de las estancias del palacio renacentista, el área donde más se ha trabajado esta campaña para rescatar nuevos espacios, hasta ahora devorados por el abandono.
de Guadalajara. Pedro Sigüenza, llegado de Guadalajara con sus dos hijos, David y Mario, de 13 y 10 años, respectivamente, tiene una historia similar a la de María Luisa. Él recaló con su furgoneta en Rioseco en el verano de 2019, después de que un autocaravanista le hablara del monasterio en el área de estacionamiento de Frías. Llegó a última hora un viernes. Recuerda que faltaban pocos minutos para las ocho de la tarde, la hora del cierre de las visitas guiadas, pero la voluntaria no dudó en enseñarles el monasterio solo a él y a sus hijos. Vieron un cartel. Al día siguiente comenzaba la entonces IX Semana del Voluntariado. Se sumaron a ella y no han dejado de participar desde entonces. «Mis vacaciones las cuadro con esta semana», afirma este tornero, quien acostumbra a viajar «sin rumbo en busca de patrimonio, senderismo...» y que un día se topó con el espíritu de Rioseco.
A la madrileña Irene Martínez, «la arquitecta», que dibuja las plantas de la zona excavada por el equipo de Arqueología, le apasiona el patrimonio. El pasado año se pasó la semana tirando de carretilla hasta que alguien supo de su profesión y de que sabía dibujar. Y en esas pasa estos días, plasmando en su bloc el trabajo para facilitar el trabajo de campo y de investigación posterior.
La arqueóloga Silvia Pascual y su equipo han descubierto un nuevo espacio que sigue sin ser el antiguo refectorio o comedor del monasterio, como se creía en un principio. Pero que no deja de albergar una gran belleza. Quienes ya conocen los pasajes del monasterio encontrarán muy cambiada la zona excavada, dado que se ha retirado escombro que en algunas zonas alcanzaba los dos metros de altura. La pila de agua que el pasado verano comenzó a vislumbrarse, ya está completa y se observa la canalización de agua previa y posterior, con un pozo de registro que conduce el agua hacia ella y hacia otros espacios, mostrando una vez más la sabia ingeniería con la que se diseñaron las ‘tuberías’ de agua, siempre sobre piedra tallada y con losas que la cubrían y se diferenciaban del resto del pavimento.
El voluntariado, que también ha reconstruido las escaleras de acceso del claustro bajo al principal, se ha volcado este año en el palacio renacentista, uno de los lugares por los que la Fundación Santa María de Rioseco está luchando para lograr ayudas económicas que hagan posible su consolidación. Perder la galería jónica o la Torre del Abad restaría «mucho volumen y haría perder identidad al conjunto del monasterio», además de belleza, como explica Gutiérrez Pulgar. Por ello, el presidente de la fundación reitera que «los esfuerzos para conseguir ayudas de las administraciones o de empresas o entes privados se van a concentrar en este punto débil», donde muchas zonas se han quedado sin techumbre y, en algunos casos, se han perdido paredes, por lo que urge garantizar que lo que queda permanecerá en pie.