Dos años después de que acabase la Guerra Civil, el 13 de julio de 1941, las calles de Madrid, engalanadas para la ocasión, se llenaron de gente para despedir con un «fiestorro espectacular» a la División Azul en su marcha hacia el frente ruso, según señala el escritor e historiador Carlos Caballero Jurado, quien calcula que siguen vivos apenas una quincena de los 46.500 soldados que lucharon por Hitler y que, tras la derrota bélica del nazismo, cayeron en el olvido. Y es que el franquismo silenció a este batallón, obviado incluso en los libros sobre el conflicto armado, al menos hasta bien entrada la Guerra Fría, por lo que fue «un gran desconocido» durante mucho tiempo, como apunta el vicepresidente de la Fundación División Azul, Alfonso Ruiz de Castro.
Caballero, autor de La División Azul, La división española de Hitler y Españoles contra Stalin. sostiene que prácticamente todos los soldados eran «voluntarios ideologizados» anticomunistas, y que fueron muy escasos los que tenían otros propósitos, como hacer méritos ante las autoridades para limpiar su expediente o el de algún familiar, o los meramente aventureros o mercenarios. Pudo haber más entre los que se alistaron, que fueron unos 150.000 según sus cálculos, pero hubo «una enorme criba» con informes hasta de los párrocos para tratar de que no se colaran quienes tenían otros fines, aunque muchos lograron falsear su ideología juvenil, como asegura que hicieron el cineasta Luis García-Berlanga y el actor Luis Ciges.
Por entonces la Alemania nazi ofertó a España decenas de miles de puestos de trabajo en sus fábricas y campos agrícolas, lejos del frente, pero tuvieron poca demanda en comparación con el alistamiento militar, por lo que tampoco el doble salario alemán y español para la División Azul pudo ser un motivo mayor que el del ideal antibolchevique, añade Caballero.
No opinan así, sin embargo, otros autores, como José Luis Rodríguez Jiménez, quien en su obra De héroes e indeseables expone que aquel batallón español estaba mucho más nutrido por republicanos que trataban de eludir la cárcel; en especial en los reemplazos de 1942 y 1943 más que en la primera expedición de 1941, como también explica Xosé Manoel Núñez Seixas en Camarada invierno. Así lo cree el historiador Xavier Moreno Juliá, quien en su libro La División Azul apuntaba al deseo de muchos soldados de no ser considerados desafectos por el régimen franquista, así como a la influencia de los motivos económicos, pues el sueldo triplicaba al de un obrero de la época.
Gran desconocida
«El primer culpable es Franco», afirma Ruiz de Castro acerca de que este regimiento haya sido «un gran desconocido», y opina que el dictador «como buen gallego, nadaba y guardaba la ropa», por lo que igual que autorizó el contingente de voluntarios en 1941 ante el avance alemán, lo replegó en 1943 ante el contraataque soviético.
Siempre con la intención de «apuntarse al carro de los vencedores», opina el vicepresidente de la Fundación División Azul, quien relata que Franco hizo «mutis por el foro» y silenció a los excombatientes, hasta que solo después de 1954, tras el regreso de los prisioneros en el buque Semíramis, propició su realce, para poder destacar su propia lucha contra el comunismo, ya en un contexto de realineamiento con Estados Unidos.
Coincide Caballero en el «borrado» que pretendió la dictadura al principio, como muestra que en una Historia de la II Guerra Mundial escrita por generales españoles y publicada en 1949 con ocho volúmenes, dos de ellos dedicados al frente ruso, ni siquiera se mencione a la División Azul; o que apenas la cite Ramón Serrano Suñer, concuñado de Franco y ministro de Exteriores en 1941, en sus memorias de 1947 Entre Hendaya y Gibraltar.
De entre los combates en los que participó el destacamento español sobresale la batalla de Krasni Bor, una acción defensiva ocurrida el 10 de febrero de 1943 que impidió que los soviéticos rompieran el cerco a Leningrado (San Petersburgo), el cual se prolongó casi un año más. En apenas una hora murieron 1.200 combatientes nacionales, casi una cuarta parte de los 5.000 caídos de la División Azul.
Supervivientes
«Las hermandades no surgen en el 42 o el 43, cuando vuelven los primeros soldados, sino a partir del 54. ¿Y qué hace Franco con las hermandades? Pues lo mismo, las descafeína», señala Ruiz de Castro, hijo de divisionario y representante de la Fundación surgida en 1991, en el 50 aniversario.
A las hermandades, generalmente provinciales, de las cuales varias permanecen activas, solo podían asociarse los que fueron combatientes y sus familiares directos, mientras que la Fundación División Azul acoge también a simpatizantes.
Ruiz indica que de la hermandad madrileña siguen vivos hoy día cuatro excombatientes y cree que una veintena podrían estarlo aún en total, mientras que Caballero apunta que de la alicantina pervive uno y de la valenciana otros dos, y su cómputo es que sobrevive una quincena a lo sumo, casi todos ya centenarios.