No perdonamos, no olvidamos, os daremos caza y os haremos pagar. Fuentes sin confirmar afirman que estas palabras de John Biden han desatado el pánico entre los talibanes. Se da por seguro el inminente regreso a la montaña de sus gentes. Su más que posible conversión, y posterior ingreso en la clausura de los eremitas camaldulenses de Miranda de Ebro. Y no se descarta su participación en el próximo desfile del orgullo. Quién sabe si en misión purgadora o en expiación purgante. Y es que la imagen del líder más vergonzante de toda la cultura occidental no ha podido ser más elocuente. Anorexia y democracia. Washington. Génova. Ferraz. Galapagar. Es lo que hay. La casta política de peor ralea de toda la historia a ambos lados del Atlántico. Biden habló como un monigote viejo. Como acostumbra. Con la voz temblorosa y entrecortada. Acojonado, apuntalaría el castizo. Se diría que el otrora emergente sueño americano se resumía de súbito a un exiguo hilo de voz digno de un geriátrico. Mientras, en Kabul, el número de muertos del doble atentado suicida no dejaba de aumentar -no se rasgue las vestiduras, señora Montero, doña Irene, también había muertas-. Apenas una semana después de que el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el señor Borrell, don Josep, inventor de la chaqueta política multirreversible, declarase que Europa debía hablar con los ganadores de la guerra -parece ser que sobre la oportunidad del fichaje de Mbappé- y la misma en la que una universitaria de la minoría hazara se lamentaba tras destruir las pruebas de su asistencia a las aulas. Todo por lo que trabajé, mi dignidad, mi orgullo, incluso mi existencia como mujer, mi vida, todo está en peligro. Puede que me suicide cuando vengan a mi casa, probablemente a violar a las niñas... Así que, ustedes no sé, pero yo me siento, sí, lo que sigue a avergonzado. Rabia. Rebeldía. Indignación. Incluso pienso en la única blasfemia que entiende este estado de derecho de acceso restringido: ¡la insumisión fiscal...! Lo más alienante, sin embargo, es que, como cada día, pasará. Puede que hoy sea en la calle Avellanos. A la hora del vermú. ¿Mierda de democracia...? Bastará con pedir otra de bravas...