Es una de las frases más sorprendentes que he oído últimamente. Hablando con un importante distribuidor de vinos sobre los retos, muchos, a los que se enfrenta este sector tan venerable y diverso, su visión se resume en que, en España faltan bodegas. La verdad es que mirando a los principales países competidores, estamos muy atrás. Nuestras 4.000 bodegas quedan lejos de las 59.000 francesas y de las más de 40.000 italianas, según datos oficiales de los respectivos gobiernos. Pero, con todo, en un contexto de mucho vino sobrante, en el que se habla en todas partes -¡incluso en el sanctasantórum de Burdeos!- de arrancar viñedos para reequilibrar la excesiva oferta, esa idea de que tendría que haber más productores resulta chocante.
Diseccionando. Para mi interlocutor y su mirada expansionista, hacen falta más proyectos de vino para que el sector crezca. Más bodegas, más elaboradores inquietos, más comerciantes hambrientos. Más gente con ganas de hacer cosas y de hacerlas bien, entre ellas, salir más al mercado exterior, y con mejores armas: autoestima, comunicación, ¡idiomas! La idea de fondo es que un sector vitivinícola más amplio y nutrido haría crecer el interés, la conversación alrededor del vino y, a la postre, las ventas. Todos los productores se beneficiarían, porque «hay sitio para todos». ¿Exceso de optimismo? Quizá sí, pero no viene mal oír ideas estimulantes.
El mencionado distribuidor ponía un ejemplo interesante aplicado a un caso que conoce bien, el de la Denominación de Origen Priorato, en Tarragona. Yo ahí me atrevo a aplicarlo a nuestra Ribera del Duero. Si, por ejemplo, en Roa hubiera más restaurantes, más bares de vinos y más hoteles enfocados al enoturismo, el entorno generaría más curiosidad y atraería a más gente interesada. De Burgos, de Madrid, de toda España y de fuera. «Es lo que pasa si vas a la pequeña ciudad de Beaune, en la Borgoña: encuentras un ambiente disfrutón alrededor del vino que incita a ir y a repetir, y que cada año tienta a nuevos visitantes».
Todo este caldo de cultivo espolearía otros sectores complementarios, desde un pequeño negocio de alquiler de bicicletas eléctricas para recorrer el paisaje del viñedo hasta nuevos talleres dedicados al mantenimiento y reparación de la maquinaria bodeguera. Son solo ejemplos al vuelo, pero responden a una lógica aplastante: la actividad llama a la actividad. De primero de económicas, señores.