Carlos Briones Llorente

Entre ciencias y letras

Carlos Briones Llorente


La curiosidad

26/05/2024

Hace dos fines de semana pudimos disfrutar de un espectáculo nocturno prácticamente inédito en nuestras latitudes: una aurora boreal que tiñó el cielo con un sugerente color rosado. Miles de fotografías y vídeos inundaron tanto los informativos como las redes sociales. Un ejemplo muy cercano es el time-lapse o secuencia de imágenes obtenidas durante la noche del 10 al 11 de mayo desde Arroyal (10 km al noroeste de la capital burgalesa) por el reputado astrofotógrafo y miembro de la Asociación Astronómica de Burgos Jesús Peláez, que está disponible en su canal de YouTube. 

La explicación científica de este hecho está en que las partículas con carga eléctrica emitidas constantemente por el Sol (principalmente protones) son atrapadas por el campo magnético de la Tierra y, al interaccionar con los gases mayoritarios de la atmósfera (el nitrógeno y el oxígeno), producen emisiones de radiación de diferentes colores en las proximidades de los polos magnéticos norte o sur. Así se originan las auroras boreales o australes, respectivamente. Por tanto, en nuestro continente las auroras sólo suelen ser visibles en latitudes tan altas como las de Islandia o el norte de Noruega y Finlandia. Pero en esta época el Sol se encuentra en uno de sus máximos periódicos de actividad, y una gran eyección de masa coronal o 'tormenta solar' ha hecho que esta aurora boreal haya podido verse lejos del polo norte, en latitudes tan bajas como la de España.

Pocos días más tarde, durante la madrugada del 19 de mayo, el Cosmos nos dio otra sorpresa. En la mitad oeste de la Península Ibérica pudo observarse cómo cruzaba el cielo, desde Cáceres hasta Oporto, un espectacular 'bólido' (se llama así a los meteoros o estrellas fugaces especialmente brillantes) de color azul-verdoso, que durante unos segundos convirtió la noche en día. En todas las pantallas volvieron a verse vídeos espectaculares. Pronto se supo que correspondía a la desintegración de un fragmento cometario rico en magnesio que había llegado a nuestra atmósfera a una velocidad de unos 162.000 km/h.

Estos dos ejemplos recientes muestran cómo la naturaleza nos sorprende constantemente, planteándonos preguntas y despertando nuestra curiosidad. Los humanos somos los animales más curiosos, y ese ha sido uno de los ingredientes que ha promovido nuestro desarrollo cerebral a lo largo de la evolución. Durante la vida de cada persona, las ganas de saber nos hacen investigar nuestro entorno y nos permiten descubrir nuevos horizontes. Pero, aunque todos los niños son curiosos y la mayoría de los adolescentes siguen siéndolo, algunos jóvenes y muchos adultos entierran su curiosidad bajo la rutina de sus ocupaciones diarias. Y, lamentablemente, eso nos va haciendo menos reflexivos y críticos, más predecibles y manipulables.

Por el contrario, los científicos nunca dejamos de ser curiosos ya que nuestra profesión consiste precisamente en hacernos preguntas. Nos planteamos cada día interrogantes sobre el tiempo y el espacio, la materia y la energía, el macro y el microcosmos, la vida y la evolución. Sobre quiénes somos, de dónde venimos… y adónde vamos como individuos o como sociedad. Según decía la neurobióloga y Premio Nobel Rita Levi-Montalcini: «La curiosidad es la herramienta más poderosa para el descubrimiento científico».

A esta sensación tan especial y a la vez tan necesaria, la curiosidad, está dedicado mi último libro divulgativo, publicado como los anteriores por la Editorial Crítica. Con un sugerente prólogo del físico y famoso divulgador Javier Santaolalla (natural de Briviesca, por cierto), y bellas ilustraciones de Kim Amate, en esas páginas intento reivindicar lo importante que es ser curiosos y mantener nuestro espíritu crítico ante las preguntas que nos rodean y los retos que afronta la sociedad. Entre estos últimos están la crisis climática, la contaminación de nuestro planeta, la pérdida de biodiversidad o las pandemias… además del auge de las pseudociencias y pseudoterapias, la propagación de bulos, o las amenazas y beneficios que puede conllevar el uso de la inteligencia artificial. 

Sobre tales cuestiones, y algunas más, tendré el placer de conversar próximamente en Burgos con dos amigas y grandes profesionales: la periodista de este Diario de Burgos Angélica González (el sábado 1 de junio, en el contexto de la Feria del Libro, en la Sala Polisón del Teatro Principal) y la paleoantropóloga y directora del CENIEH María Martinón-Torres (el miércoles 12 de junio, en el Museo de la Evolución Humana).

Todos ustedes, lectores curiosos, están invitados a acompañarnos. Hasta entonces, no dejen de mirar al cielo cada noche.