Albert Martínez López-Amor

Mar y Montaña

Albert Martínez López-Amor


Solsticios

20/06/2024

Esta noche, cuando las últimas luces desaparezcan en el horizonte de los páramos del oeste, empezará el verano. Serán las 22.51. Los antiguos celebraban este tránsito astronómico con hogueras, banquetes, canciones y juegos populares. De algún modo, nuestras fiestas mayores son herederas de aquellos fastos ancestrales, eso sí, filtradas por siglos de Cristianismo. Lo que nunca faltaba, de uno a otro confín de Europa, eran los líquidos fermentados. El vino, la cerveza, o ambos a la vez. Dependía de lo que daba la agricultura de cada zona. Ahora que se habla tanto de la identidad europea, que sepan que lo que nos une desde Cádiz hasta Trondheim y de Odessa a Dublín es la fermentación.

He vivido muchos solsticios de verano con una copa de cava. Es lo típico en las noches de San Juan catalanas. Aunque dicen que la cerveza está ganando terreno también en ese momento casi sagrado del vino espumoso que son las verbenas sanjuaneras. El problema no es entre brebajes sino entre formas de producir y consumir. La cotidianidad: ahí es donde la caña aplasta al vino. No hay más que pasear la mirada por las mesas de un bar: la cerveza domina. Ha conseguido parecer más fácil y accesible. El vino, mientras, se refugia en reductos especializados. En una gran ciudad, no hay día en que no puedas ir a varias catas y presentaciones, a eventos alrededor de la bebida de Baco. El vino cada vez más como algo para iniciados. ¿Eso es bueno o es malo?

Las grandes marcas cerveceras dan el pistoletazo de salida a sus campañas veraniegas. Es como la canción del verano: a ver qué sensaciones propondrán este año. Ahí hay dinero, ahí hay inversión. Pero incluso los grandes sufren: la publicidad se fragmenta, cada vez hay más medios, más nichos, más de todo. Es difícil llegar a todo el mundo con un mensaje único, inequívoco. Eso quizá sea positivo para los peces más chicos. Una pequeña bodega o un productor de cerveza artesana se pueden mover con flexibilidad para encontrar a su pequeño grupo de consumidores naturales, que con poco esfuerzo y buenas redes llegarán a convertirse en fans incondicionales. Por mi parte, a partir de este solsticio me voy a por las burbujas, los tintos ligeros y los blancos secos y sabrosos. Sin miedo al precio: a veces pagar 60 céntimos más por una copa de vino lo cambia todo.