No hay día sin que Pedro Sánchez dé ejemplo de que es un político, un hombre, cuya inclinación a la mentira y al engaño no tiene límite. Cree que los españoles no conocen la historia de su país, son analfabetos, desmemoriados y crédulos. Este lunes lo ha estrenado con un argumento patético, por falso y porque, al contrario del concepto que él tiene de los españoles, no son imbéciles y saben perfectamente que la mayoría de los ejemplos que utiliza para intentar justificar lo injustificable son una falacia. Como este de equiparar la reunión de Junts y PSOE en Suiza, con la que mantuvieron enviados de Aznar con miembros de ETA.
Lo primero que habría que decir a Sánchez -aunque lo sabe perfectamente, pero no le importa ser el rey de los engaños sucesivos- es que todos los gobiernos intentaron negociar con ETA el fin del terrorismo que había convertido España en un infierno. En el caso de Aznar solo se produjo un encuentro, porque los etarras expusieron sus condiciones inamovibles al poco de llegar y los enviados del gobierno se levantaron de la mesa. Situación parecida a la de unos años antes cuando Felipe González envió una delegación a Argelia para negociar con los dirigentes etarras que habían encontrado refugio en el país magrebí.
Segundo: el diálogo fue siempre con etarras, ningún presidente español aceptó la presencia de un mediador de otra nacionalidad, una exigencia de los independentistas que, hasta el 23 de julio, Sánchez consideraba inaceptable; como consideraba inconstitucional una ley de amnistía. Pero hay más: los encuentros que se han mantenido con miembros de ETA a lo largo de estos cuarenta años, han tenido siempre el mismo objetivo, que la banda dejara de atentar contra militares y civiles, empresarios, policías, guardias civiles, jueces y fiscales, ertzainas, comerciantes, periodistas, ancianos, mujeres y niños. Que dejara de matar, de asesinar, de chantajear. En el caso de las negociaciones con Junts, lo que busca Sánchez es garantizarse que los independentistas, encabezados por un prófugo, un malhechor, un delincuente, le asegure que durante toda legislatura le dará los 7 votos que necesita para gobernar, para sacar adelante sus proyectos de ley. Es decir, negocia Sánchez no por el bien de los españoles, sino por su propio bien y el de los colaboradores y compañeros que le aplauden con entusiasmo porque su continuidad en el gobierno les asegura poder, influencia, despacho importante, coche oficial, escoltas y muy buen salario.
Hay que ser muy manipulador, y perverso, además de falso, para hacer un paralelismo entre la humillante e indeseable reunión suiza, con la mantenida por unos colaboradores de Aznar, y las que antes habían mantenido colaboradores de otros presidentes, con la que se celebró cerca de Ginebra hace pocos días.
No hay día, me repito, que Pedro Sánchez no nos haga sentir vergüenza por el gobierno que tenemos. Gobierno legítimo, pero que no representa los principios que definen a la mayoría de los españoles.