Si Pedro Sánchez fuera una persona fiable, habría que acoger con satisfacción su idea de conmemorar los 50 años de la muerte de Franco con una serie de actividades que pusieran en valor la recuperación de libertades tras su fallecimiento, que marcó el fin de una dictadura. El problema es que Sánchez no es una persona fiable, y como temían algunos que le conocen bien, no busca hacer un homenaje a la Transición, sino todo lo contrario. Aunque la Transición fue una aventura admirable, los dirigentes de todas las ideologías iniciaron un proceso plenamente democrático y constitucional impulsado por el Rey Juan Carlos. Que llevaba tiempo diseñando cómo se podía llegar de una dictadura a una democracia en el más breve espacio de tiempo.
El hecho de que el proyecto "España en libertad" lo anunciara el propio Sánchez, ya hacía pensar que aquello no era lo que prometía. Sánchez abomina la Transición sin disimulo, probablemente por celos de no haber participado en aquella gesta que asombró al mundo. De hecho, no pierde oportunidad de apartar del primer plano de la vida pública a los pocos personajes vivos que pueden contar cómo se produjo aquel milagro, cómo en menos de dos años, el tiempo de celebrar unas elecciones absolutamente libros, se inició un proceso democrático que solo ha estado en peligro en la intentona golpista del 23-F y en estos a tiempos sanchistas. Con una ley que, con la justificación de honrar a los muertos y represaliados en la guerra civil, solo recuerda a los de un bando.
El PSOE actual tendría una magnífica oportunidad para dedicar los 50 años del fin de la dictadura a homenajear a quienes se dejaron la piel por lograr las libertades. Y también para explicar a las nuevas generaciones la historia de los años de la dictadura y cómo un puñado de hombres y españoles de muy distinta procedencia y creencias, se empeñaron en poner fin a la dictadura y enmendar el daño hecho a los represaliados por el franquismo, muchos de ellos obligados al exilio. Desde el principio de la democracia se les reconocieron públicamente sus méritos, se devolvió a los militares republicanos el lugar que les correspondía en su escalafón profesional, y se agasajó a los protagonistas de la cultura a los que se había condenado al olvido en su propio país. Toda una serie de gestos en los que tuvo papel fundamental el socialista Felipe González en sus años de presidente, para que la reconciliación fuera un hecho. Que se creía irreversible hasta que dos hombres del PSOE, escasamente patriotas en el sentido más grande de la palabra, Zapatero y Sánchez, echaron por tierra el trabajo de unos años gloriosos. Fomentaron el espíritu de la división, de las dos Españas irreconciliables.
Sánchez pretende ahora, con su "España en libertad", contarnos una historia que no conoce ni le interesa conocer. E intenta también dar una versión sesgada, parcial e incompleta de la historia. Una historia de buenos y malos. Como hacía Franco.