Hay personas a quienes no les basta la realidad para convencerse de la enorme falta de respeto que manifiestan determinados hombres hacia las mujeres en general. En esos casos, cuando surge el tema y alguien se ofende por ello, suelo preguntarle si alguna vez ha tenido miedo de sufrir una agresión sexual de vuelta a casa. O si ha tenido que correr ante la sospecha -o la certeza- de que alguien lo seguía. La respuesta a esa pregunta es suficiente para que uno comprenda, sin necesidad de más argumentos, si vivimos en una sociedad igualitaria y con respeto mutuo o si, como evidencian los medios de comunicación a diario, queda camino por recorrer.
Por eso me parece tan de agradecer que la francesa Dominique Pelicot (víctima de decenas de violaciones organizadas por su marido, por si a alguien todavía no le suena el nombre) haya tenido la valentía de hacer ver la importancia de que la vergüenza tras una agresión sexual «cambie de bando». De subrayar que quien debe cubrirse la cara es el agresor. Y que son ellos, los hombres con los que convivimos, quienes deben pararse a pensar cómo es posible que suceda algo así: que decenas de varones puedan ser capaces de semejante atrocidad. ¿No les da vergüenza que subyazca la idea de que todos, en según qué circunstancias, pueden llegar a ser agresores? Con estas palabras no estoy afirmando, ni muchísimo menos, que todos sean violadores. Pero sí digo que este es un tema que se tienen que hacer mirar ellos, porque cada día encontramos razones para avergonzarlos. Y, si no lo creen, basta con echar un vistazo a cualquier periódico. Seguro que encuentran motivos de mucho más que sonrojo, aunque en algunos casos parezca tan cotidiano que ni siquiera se destaque con titulares gruesos.