El vecino inesperado de Bárcena de Bureba

S.F.L. / Bárcena de Bureba
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Carlos dejó Burgos hace un mes para afincarse en una casa ruinosa del pueblo deshabitado. Además de rehabilitarla, desarrolla un proyecto de fruticultura ecológica en Castil de Lences

Carlos ha acondicionado una de las estancias de la casa como dormitorio y sala de estar, y produce su propia electricidad con paneles solares. - Foto: Valdivielso

 

Una chimenea que expulsa humo y los lienzos de colores que cubren las ventanas de uno de los inmuebles ruinosos de Bárcena de Bureba hacen sospechar que Maaike Geurts, Tibor Strausz y sus dos hijas no son las únicas personas que allí se encuentran. Al llegar a la campa de hierba elegida por los holandeses para disfrutar de un almuerzo 'veggie' la silueta de un hombre toma protagonismo. Un tímido Carlos se presenta desde la primera planta de su casa y accede a mantener un primer encuentro. Se instaló en el lugar, que desde hace apenas un mes dejó de estar despoblado, y desde entonces complementa sus trabajos en un gran huerto ecológico con la rehabilitación de su vivienda.    

Una enfermedad le impidió continuar ejerciendo como docente de robótica en Burgos, ciudad en la que ha residido hasta ahora, y apostó por empezar de cero una vida alejado del bullicio. «Estás loco, ¿cómo vas a hacer algo así», le recriminaban algunos de sus seres queridos. «Muy fácil», respondía él con serenidad. «Limpiaré el interior de la casa e instalaré todos los servicios que me hagan falta», les respondía. De esa decisión han transcurrido unos meses y el único vecino de la localidad disfruta de la soledad. También de los amaneceres y puestas de sol. Incluso de los largos paseos de más de tres horas de madrugada para llegar a tiempo a Hontomín para coger el bus y viajar a Burgos. «No siento miedo, y menos desde que salió a la luz que unos holandeses habían comprado el pueblo», comenta entre risas. «Es raro el día que por aquí no pasan entre 10 y 20 turistas a curiosear», añade.

Unos paneles solares en un tejado que flaquea como consecuencia de las goteras, una estufa de leña con la que calienta toda la casa -aunque durante la primera semana pasó «más frío» que en toda su vida- y un sistema de agua facilitan el día a día de Carlos, que se dedica en cuerpo y alma a retirar los escombros que cubren el suelo de la mayoría de las estancias de una edificación de la que se «enamoró» hace décadas, cuando todavía conservaba vecinos. A veces afronta esas labores solo, otras cuenta con el apoyo de familiares y amigos.

No tengo ventanas en casa y la primera semana pasé más frío que en toda mi vida junta"

En el pueblo los días empiezan a las 6 de la mañana y terminan a las 6 de la tarde, y entre tanto, además de limpiar, también hay que trabajar las tierras. En Castil de Lences compró un terreno de una hectárea en el que plantó hace ya 8 años distintas variedades de árboles frutales con idea de comercializar los productos. «Se trata de un proyecto similar al de Maaike y Tibor, pero a menor escala. Ahora espero a que un técnico analice la tierra para poder vender la fruta con la garantía del sello ecológico», manifiesta. En un principio se planteó construir una pequeña casa en la pedanía o instalar una prefabricada, pero los acontecimientos le llevaron a acelerar la decisión de hacer de Bárcena su nuevo hogar.

«Estoy contento, pero reconozco que la vida aquí es dura. Aun así, tengo claros mis objetivos y lucho por ellos», aclara. La llegada de los nuevos propietarios y, si todo evoluciona según lo esperado, de voluntarios implicados en la rehabilitación de los 65 inmuebles de la pareja, traerá «algo de vida a este lugar después de tres décadas en absoluto abandono». Hasta entonces, a disfrutar de las pequeñas cosas que no tienen precio.