Muchos de Uds. recordarán que en los DNI de antaño se hacía constar la profesión, además del sexo. Y si era mujer, le seguía la expresión sus labores que, según la Real Academia, significa dedicación no remunerada de la mujer a las tareas de su propio hogar. Una forma tan sutil como drástica de discriminar las funciones femeninas y de enmascarar su enorme carga: limpiar, cocinar, planchar, coser y un largo etcétera, además de los cuidados de toda la familia. Franco tuvo la nefasta idea de prohibir el trabajo para la mujer casada y para ello ensalzó su figura como ángel del hogar. Trabajar sí, pero gratis y sin horarios. Esta fue la vida, no dudo que feliz en muchos casos, de nuestras madres y abuelas, gracias a las cuales el varón se dedicaba solo a trabajar ( remunerado) y la prole crecía segura.
Mucho ha llovido desde entonces, con la mujer actual rompiendo techos de cristal. Su acceso y triunfo en un mundo masculino es una cuestión de justicia pero me pregunto qué pasó con sus labores, porque estas nunca desaparecen aunque llegues a ministra. En mi tiempo los varones bajaban por el pan o sacaban la basura, como mucho; y ha sido dura y larga la lucha por el reparto de (todas) las tareas domésticas, algo crucial para conseguir la igualdad y el avance laboral de la mujer.
Pero la vida es una gran paradoja. Proliferaban las anécdotas y chistes de varones que casi provocan un incendio al freír un huevo, tal era la torpeza congénita que se les suponía y que les eximía de estas tareas. Pero resulta que cuando la gastronomía se convirtió en un arte y un negocio rentable, la práctica totalidad de los chefs son hombres, que confiesan, eso sí, que han aprendido en las cocinas de sus madres y abuelas. La lección es clara: las mujeres no hemos sabido rentabilizar nuestra sabiduría culinaria y lo mismo pasa con la costura, a la que nuestras antecesoras solían dedicar su escaso tiempo libre. Y fíjense, sin embargo, cuántos modistos célebres hay y qué pocas mujeres.
Moraleja: las labores que tan generosamente desempeñamos nosotras se convierten en rentables profesiones en manos de los hombres. Y es que en nuestra educación (que no en nuestros genes) se nos ha hurtado un valor muy familiar para ellos: la ambición, que puede ser sana, recomendable y necesaria. Una asignatura todavía pendiente. Apuntadlo, chicas.