Se comprende que Alberto Núñez Feijóo muestre signos de cabreo monumental por su situación. Ganó las elecciones, pero se encontró con un Pedro Sánchez que se resistió a abandonar La Moncloa y utilizó los recursos de la democracia para sumar las votos necesarios para la investidura, aunque eso supuso romper una vez más con su palabra de no pactar con partidos indeseados para infinidad de españoles; como supuso también aceptar unas exigencias que cualquier dirigente respetuoso con el Estado de Derecho no habría admitido, la más importante impulsar una amnistía para condenados por el Tribunal Supremo y utilizar a los peones que había colocado em las instituciones del Estado para que dieran el visto bueno.
Situación muy incómoda, por no decir decepcionante, preocupante, para millones de españoles, pero sobre todo para quien hace poco más de un año tocaba la Moncloa con la punta de los dedos, y no solo se ha visto fuera del poder sino, además, mal tratado por un jefe de gobierno que no disimula su desprecio hacia el líder de la oposición. Lo que jamás se había visto en los años de democracia, donde incluso en los momentos de mayor tensión no se había faltado al respeto entre los mñaximos dirigentes políticos.
Feijóo repite hasta la saciedad que Sánchez tiene que presentar su dimisión al Rey y convocar elecciones. Con una vez que lo diga es suficiente, y además tiene razón el presidente del PP; pero cuando es prácticamente el único argumento que reitera un día y otro, provoca la sensación de que no tiene otros más contundentes. Y aunque son multitud los españoles que desean que acaba de una vez la pesadilla Sánchez, las maniobras Sánchez, las historia de la mujer de Sánchez y del hermano de Sánchez, por mencionar solamente los casos que hoy envenenan la vida política española, Feijóo tendría que hacer el escuerzo de cargarse de paciencia, porque es evidente que el sanchismo se está debilitando en su propia salsa.
Feijóo se crece en las comparecencias parlamentarias. Las prepara a fondo y suelta verdades como puños que descolocan a un Sánchez que responde con una risa detestable que lo desacredita. Pero no cuenta Feijóo con colaboradores que cosan un buen discurso, sin necesidad de recurrir al insulto o la descalificación personal. La excepción es Cuca Gamarra, que no cae bien a todo el mundo pero conoce bien las entretelas políticas y prepara con rigor sus intervenciones. En el actual equipo del PP hay personas con muy buen curriculum profesional, pero no son capaces de presentar un discurso brillante en materia económica, o de política exterior, o social, que encandile a los ciudadanos. Personas que sepan responder con eficacia a iniciativas muy discutibles del gobierno y a maniobras de instituciones dictadas desde Moncloa.
Si Sánchez finalmente se ve obligado a convocar elecciones, más le valdría a Feijóo ir poniendo al PP en forma. Que no lo está. Falta peso. No puede ser un partido con una sola figura de proyección nacional.