Yo ya iba cruzada, con uno de estos enfados adolescentes que son imposibles de omitir cuando has ido obligada a un sitio en que no quieres estar. Un momento en el que mi mente tenía siempre la obligación moral de encontrar cada una de las posibilidades que pudieran agravar mi enfado. Eran pocas las veces, pero intensas. Yo sólo miraba al escenario con mala cara y refunfuñando mientras subía una chica que parecía de mi quinta con su trompeta en la mano. Ella venía de dar giras por todo el mundo, era todo lo que sabía. Agravaba la situación que me parecía más mona que yo, más talentosa, más cualquier cosa positiva que yo. Me obligaron a ir a escuchar a la mejor trompetista del país en mi primer concierto de jazz y ese día cambió mi mente enfurruñada para siempre.
Tardé dos notas en ser una conversa al jazz, en que el enfado sólo siguiera cuando me acordaba cada vez que paraba la música. Ahí ya no sabía si llevaba peor que estar ahí o que se callaran. Porque esa chica fue la puerta de entrada de la experiencia más extrasensorial que recuerdo. Terminó el concierto y me acerqué a comprar todos sus discos con una necesidad de no parar de escuchar esas melodías nuevas para mí. Hoy la sigo escuchando casi cada día. Ese piano abismal, esa trompeta que eleva, esa voz que rompe todos los esquemas. No podría explicárselo. Fue mi momento personal de conversión, aunque en la cena posterior siguiera haciéndome la enfadada.
Para mí la culpable de mi nueva fe fue la trompeta de Andrea Motis y los sonidos de su banda, pero quizás para ustedes, sus hijos o el adolescente burgalés enfadado que lea esto sea el VI Festival Internacional de Jazz Sesión B, que hoy acoge a Rembrandt Trio a las 19.30h en la Casa del Cordón. Febrero, marzo y abril llenos de jazz en la Caja Rural y el Cordón para todos los que se arriesguen a escuchar o confíen en la palabra de esta columnista que les escribe con sus melodías de fondo.