En este tiempo hostil, propicio al odio (el gran Ángel González siempre en mi recuerdo) vivimos rodeados por bulos, engaños y conspiraciones de todo tipo que se propagan a gran velocidad dentro y fuera de las redes sociales. Y esto no es algo anecdótico ni inocente: desde hace años, la desinformación, el negacionismo de las evidencias y la 'postverdad' (es decir, la mentira) están sirviendo para ganar elecciones en algunos países. En paralelo, otros son dictaduras declaradas o de facto y en ellos no se puede discrepar ni votar… o bien sí se hace, pero quienes están en el poder no reconocen los resultados cuando los electores les dan la espalda.
Por si esto fuera poco, desde Estados Unidos y China (dos ejemplos de lo que acabo de mencionar) distintas empresas que desarrollan inteligencias artificiales como ChatGPT, Midjourney o DeepSeek, compiten entre sí por generar textos, imágenes o vídeos cada vez más indistinguibles de los reales. Y algunos de ellos se convierten sin pudor en deepfakes ('ultrafalsificaciones', según se está traduciendo al español) con intenciones perversas.
En lo relativo a la ciencia el problema es que, además, quienes desconocen o desprecian los datos existentes sobre un tema determinado (por ejemplo la salud, la evolución, el clima o la ecología) suelen jactarse de ello y presumen orgullosos de ir «contra la ciencia oficial». Dejando a un lado el atrevimiento que da la ignorancia, estas personas deberían saber, al menos, que la ciencia nunca puede ser 'oficial' o 'inmovilista', pues el conocimiento científico se construye día a día por investigadoras e investigadores de todo el mundo, sin importar su origen, ideología o estatus socioeconómico. Pero ahí están, por ejemplo, Trump y Milei abandonando la Organización Mundial de la Salud porque las fronteras de sus países son ahora impermeables a los microorganismos patógenos.
Los negacionistas de nuevo cuño también deberían comprender que el método científico utiliza una metodología aparentemente simple, pero muy poderosa: cuando en un campo aparecen nuevos datos que contradicen hipótesis o teorías previamente aceptadas, éstas se revisan y si es necesario son modificadas o reemplazadas por otras. Así se ha hecho durante los últimos siglos. Como escribió Carl Sagan (también en mi recuerdo siempre): en ciencia, la única verdad sagrada es que no hay verdades sagradas.
Así, aunque la ciencia nunca podrá decirnos qué es 'la verdad', siempre nos muestra lo más parecido a la verdad en función de los datos disponibles en cada momento. Y, precisamente, una forma eficaz de enfrentarnos a la desinformación que nos rodea es fomentar el escepticismo, el espíritu crítico y el pensamiento racional. En nuestras escuelas y en nuestro día a día.
Por tanto, merece la pena recordar (a los alumnos, amigos, familiares o lectores) que hasta los terraplanistas más convencidos viajan utilizando navegadores guiados por satélites que orbitan alrededor del globo terrestre. O que la mayoría de los antivacunas (tan vociferantes durante la pandemia de COVID-19) acabaron yendo al hospital varias veces para inmunizarse frente al SARS-CoV-2 al comprobar que su vida corría grave peligro si no lo hacían. También que los negacionistas de la evolución (para quienes esta evidencia sería sólo 'un relato' inventado por algunos científicos seguidores de un tal Darwin) se vacunan frente a la gripe cada año porque resulta que el virus ha estado evolucionando desde el pinchazo anterior. O que ni siquiera entre las personas más alternativas, antisistema y críticas con la 'medicina oficial' resultan populares los anticonceptivos homeopáticos… o el uso de reiki como anestesia antes de una intervención quirúrgica.
Además, de vez en cuando surgen noticias esperanzadoras. Terminaré con dos de ellas, muy recientes. El pasado fin de semana, en el Concurso Oficial de Agrupaciones del carnaval de Cádiz, un grupo de negacionistas pretendía difundir sus mensajes anticientíficos con una 'chirigota alternativa' de nueva creación llamada Abre los ojos. Pero el público del Gran Teatro Falla no lo permitió: ante lo bochornoso de la situación, exigieron que 'los alternativos' se marcharan del escenario y comenzaron a cantar más alto que ellos para tapar esas letras tan absurdas y peligrosas. Chapeau por los gaditanos, expertos en mofarse de todo y de todos con sus chirigotas, pero teniendo claro qué líneas no deben traspasarse.
Y el apoyo popular a las evidencias científicas adquirió valor estadístico pocas horas después, cuando el lunes se publicaron los resultados del primer estudio de la Fundación BBVA sobre creencias y prácticas alternativas. El panorama mostrado es muy alentador: la gran mayoría de la sociedad española confía en la objetividad de la ciencia para tomar decisiones, y apoya claramente el pensamiento racional frente a las anticiencias y pseudoterapias.
Por tanto, a pesar de lo que cada día vemos en los informativos o leemos en las portadas de los periódicos, podemos y debemos ser optimistas. Al menos, en nuestro país. En este tiempo hostil, sigamos luchando por ello.