Crear una secta en España no es delito, ni tampoco la captación de adeptos. Incluir estas conductas en el Código Penal y castigar la «persuasión coercitiva» es la lucha que afectados y expertos están llevando a cabo para tratar de evitar que, como pasa actualmente, para condenar a los líderes de estos grupos haya que probar que cometieron otros abusos o agresiones.
La primera condena contra el líder de una secta por manipular a sus fieles en España se dictó el pasado mes de mayo en Guadalajara, contra Carlos Herranz Ortega, conocido como el Lama Losel. Fue condenado por asociación ilícita coercitiva tras alcanzarse un acuerdo de conformidad en el juicio en el que estaba acusado también de estafa y lesiones psíquicas y físicas.
«Hay un déficit grande en el tratamiento jurídico del tema de las sectas, falta una sensibilización en la justicia», asegura el investigador experto en sectas Luis Santamaría del Río, quien subraya que apoya tipificar «la persuasión coercitiva que llevan a cabo estos grupos como delito».
Coincide el psicólogo experto en este campo Miguel Perlado. Para él, debería existir un tipo penal «que contemplase la existencia de situaciones de vulnerabilidad que van más allá de la edad o el género de la víctima, asociadas, por ejemplo, a crisis emocionales o personales».
En el caso del Lama Losel, el letrado de las víctimas y abogado experto en sectas, Carlos Bardavío, explicó tras su sentencia que la condena se había dictado en base al artículo 515.2 del Código Penal. Éste dice que son punibles las asociaciones ilícitas «que tengan por objeto cometer algún delito o que, después de constituidas, promuevan su comisión o las que, aun teniendo por objeto un fin lícito, empleen medios violentos o de alteración o control de la personalidad para su consecución».
El Lama Losel fue detenido tras la denuncia que presentó a finales de 2017 una pareja de seguidores. Empezaron a desconfiar cuando les convenció de que tenían un microchip extraterrestre implantado y que para quitárselo debía arañarles el brazo con una sierra de metal y darles 30 palazos en el pecho. En esta secta, de carácter sexual, el líder llegó a decir que los problemas se arreglaban «de un lefazo místico» para justificar mantener relaciones sexuales alegando que «el semen es un néctar sagrado».
«La experiencia clínica nos dice que hay una amplia variedad de personas que pueden acabar siendo enredadas», explica Perlado, quien avisa de que la víctima perfecta son «personas que atraviesan problemas y buscan soluciones, pero acaban topando con estos grupos que les seducen diciéndoles que les van a apoyar o ayudar». Es más tajante Santamaría, que forma parte de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES). A su juicio, lo único necesario para ser proclive a la captación «es que el corazón lata y que el sistema respiratorio funcione: cualquier persona puede ser captable».
No obstante, el investigador reconoce que hay factores que suponen una mayor vulnerabilidad, ya sean de la propia personalidad (baja autoestima, dificultades en las relaciones sociales, o incluso ser altruista, entregado y generoso), o derivados de momentos de crisis (perder a un ser querido, pasar por problemas personales, económicos, familiares o laborales, o migrar).
«Todos tenemos necesidades y heridas sin cerrar en nuestras vidas, por lo que siempre va a haber una secta para nuestro tipo de personalidad», advierte.
Captación y permanencia
Santamaría explica que «en el propio ADN del grupo está la captación de nuevos miembros», para lo que se utilizan técnicas como el mimetismo y un señuelo.
«Aseguran que se dedican al hallazgo del sentido de la vida, ofrecen la salvación en clave religiosa o espiritual, la cura de enfermedades o la solución a problemas de crecimiento personal, hacen hincapié en la superación de traumas o adicciones, o simplemente muestran la oportunidad de llegar a un mundo mejor». Tras la entrada, los primeros momentos se describen como luna de miel, resalta Perlado: «La víctima encuentra un alivio y un efecto positivo, ve un grupo unificado con un objetivo común, algo que no encuentran en la sociedad, donde reina el individualismo». A medio o largo plazo «empieza a producirse un deterioro, porque la dinámica de estos grupos contempla grados de control», subraya el psicólogo.
Un buen ejemplo es la secta bautizada como EVOL, desmantelada por la Guardia Civil en junio en una finca en Escatrón (Zaragoza). Este grupo, constituido como asociación en 2018 en un lugar aislado y de difícil acceso, aseguraba a sus miembros que no debían tener contacto con el mundo, que estaba «corrupto» y «enfermo». Los agentes constataron que el fundador, bajo una apariencia legal, realizaba talleres y retiros espirituales de autoconocimiento y crecimiento personal en los que los asistentes eran sometidos a un complejo proceso de manipulación mental.