Los científicos nos caracterizamos por utilizar constantemente el pensamiento racional y el espíritu crítico, por dudar de los resultados ajenos -y, evidentemente, de los propios- a la espera de que investigadores independientes demuestren que son ciertos. Por ello, en la mayoría de los campos discrepamos entre nosotros y proponemos hipótesis diferentes que compiten entre sí, hasta que se demuestra cuál explica mejor los datos disponibles. Así, es muy infrecuente encontrar un tema en el que el consenso sea prácticamente absoluto.
Uno de esos casos es el que vamos a comentar hoy. Los estudios realizados durante las últimas décadas por los meteorólogos y climatólogos, en todo el mundo, han puesto de acuerdo al 99% de ellos sobre dos hechos: estamos inmersos en una crisis climática sin precedentes, y somos los humanos quienes la hemos provocado. Por tanto, entre los expertos sobre el clima -que son quienes saben sobre ello, aunque todos los demás opinemos- realmente no hay debate sobre estas dos evidencias.
Sin necesidad de tener conocimientos técnicos sobre física de la atmósfera, resulta evidente para todos -especialmente, para los lectores de mayor edad- que en nuestro continente los veranos son cada vez más calurosos, secos y largos, mientras que los inviernos son menos fríos. También que las fluctuaciones climáticas se producen con rapidez en cualquier época, y que los fenómenos meteorológicos adversos son ahora más frecuentes y pronunciados. Esta experiencia subjetiva se ha cuantificado con datos objetivos: todas las series históricas de temperatura, precipitaciones, vientos y corrientes oceánicas recogidas a lo largo y ancho del mundo.
Ya no queda ninguna duda de que se está produciendo un cambio climático global, y el fenómeno que más contribuye a él es el calentamiento de la superficie, la atmósfera y las masas de agua de nuestro planeta. Este proceso se inició en la revolución industrial, ha ido aumentando su velocidad desde 1980 y se ha disparado en el siglo XXI. La temperatura global promedio de la superficie terrestre era de 13,9º C en 1850, y 2024 va a terminar por encima de los 15,4º C. Es decir, ya se ha superado el incremento de 1,5º C respecto a los valores preindustriales, algo que se esperaba no alcanzar hasta 2050.
De hecho, cada año se bate un nuevo récord de temperatura global mundial: el más cálido de la historia está siendo el 2024, relegando al segundo puesto al 2023. Ese exceso de energía térmica se acumula sobre todo en los océanos y mares -especialmente, el Mediterráneo- durante el verano, se transfiere a la atmósfera en otoño… y entre sus consecuencias está la formación de danas: Depresiones Aisladas en Niveles Altos. El 29 de octubre una de ellas, de enorme intensidad, arrasó varios pueblos de Valencia y Albacete, con gravísimas consecuencias humanas -más de 220 fallecidos- y materiales. Cuando aún estábamos intentando reponernos, otra que se ha formado esta semana ha golpeado con fuerza, y casi simultáneamente, Andalucía, Cataluña… y de nuevo Valencia.
Se escucha habitualmente que «riadas ha habido muchas veces» o «esta zona siempre es así en otoño». Quienes lo dicen tienen parte de razón, y ya en 1795 José Antonio Cavanilles, ilustre naturalista y botánico valenciano, escribió sobre el tristemente famosos Barranco de Poyo: Su profundo y ancho cauce siempre está seco, salvo en las avenidas, cuando recibe tantas aguas y corre tan furiosamente, que destruye cuanto encuentra. Pero hay algo también evidente, en función de todos los datos disponibles a escala mundial: la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos y las riadas han crecido en paralelo al aumento de temperatura del planeta, y en los últimos años se han disparado.
La causa del calentamiento global también está clara, y no se debe a factores geológicos ni a cambios en la actividad solar. El motivo es la emisión masiva a la atmósfera, por los humanos, de dióxido de carbono (CO2) y otros gases de efecto invernadero 'de larga vida'. De nuevo, todos los datos disponibles apoyan esta afirmación. Por tanto, frenar la crisis climática requeriría limitar drásticamente la producción de estos gases, lo que pasaría por dejar de utilizar combustibles fósiles, descarbonizar el transporte… y reducir el consumo a todos los niveles. ¿Estamos dispuestos a ello?
Precisamente, durante estos días se celebra en Bakú, Azerbaiyán, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2024 -conocida como COP29-. Servirá de muy poco, y de hecho no acuden a ella tres países clave en todo el proceso: Estados Unidos, China y Rusia. Probablemente terminará con declaraciones grandilocuentes que serán olvidadas al día siguiente, incluso por buena parte de los países firmantes.
A la falta de utilidad real de estas Cumbres se une el auge, en determinados sectores, de la anticiencia en general y del negacionismo sobre el cambio climático en particular. ¿Por qué puede ocurrir algo así, a pesar de tantas evidencias? Quizá porque se priorizan intereses concretos y cortoplacistas en los ámbitos económico o político, o por el simple desprecio a los datos científicos. Mientras tanto, como decía el filósofo y escritor británico Aldous Huxley, «los hechos no dejan de existir, aunque se los ignore». La crisis climática ya está instalada en nuestro planeta, y todo indica que sus consecuencias van a ser peores cada año.