Vivimos tiempos inciertos ya que en estos momentos las tres grandes potencias económicas (USA, Rusia y China) están lideradas por personajes autoritarios cuyas decisiones no son controladas por nadie más que por ellos mismos y cuyas decisiones tienen grandes repercusiones en el resto de los países. Independientemente de las consecuencias que para la geopolítica internacional tienen los deseos de los dirigentes de esos países, en el área económica también las tienen y deben de preocupar a la ciudadanía tanto como las otras. Para los ribereños lo que más nos debe de alertar son las decisiones que tome ese patán ignorante y perturbado que gobierna en los Estados Unidos de América y al que los votos de 78 millones de personas han aupado a la presidencia de su país.
Digo todo esto porque las amenazas de imponer exagerados aranceles a las importaciones nos tocarán muy de cerca si finalmente se concretan. Específicamente me refiero al vino, nuestro producto estrella, que unas cuantas bodegas ribereñas exportan a los USA y que suponen una importantísima cuota de nuestras economías locales. En otras regiones son el aceite de oliva, las aceitunas o las chacinas, todos productos de primerísima calidad. Parecen no darse cuenta en Whasington que en una guerra comercial, al igual que en las otras -las de las bombas y el terror- no gana nadie sino que todos perdemos. Algunas de las disparatadas pretensiones de este gángster serían para «partirnos la caja» si no fueran porque las dice totalmente en serio. Los esperpénticos nombramientos en su gobierno o sus pretensiones de anexionarse Canadá como un estado más de la unión, comprar Groenlandia a Dinamarca, recuperar el Canal de Panamá porque se le antoja o querer robar Las Tierras Raras a Ucrania, lo que sería como robar el pan a un hambriento, suponen un desprecio a la legalidad internacional que debe irritarnos.