Por Elena Sáenz, directora de ANOVE
Podremos debatir sobre el nombre o el concepto, pero es una evidencia que las actuales condiciones climáticas están provocando consecuencias devastadoras en muchos territorios, especialmente en el Mediterráneo.
Según el Grupo Intergubernamental de expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), en los países del Mediterráneo europeo la temperatura media ha subido 0,2 grados por década y, lo que es aún más preocupante, las mínimas han aumentado más que las máximas. Si las emisiones continuasen al ritmo actual se alcanzaría un calentamiento de 1,5 grados entre 2030 y 2052. En general, se esperan más lluvias, pero más inciertas y con episodios torrenciales, como los registrados al final del mes de mayo. Cada vez son más frecuentes los picos de calor y más prolongados.
La Aemet pronostica que el resultado en España será un claro aumento de la extensión de los climas semiáridos, que se puede estimar en más de 30.000 kilómetros cuadrados (en torno al 6 por ciento de la superficie del país). En términos de población, podría considerarse que 32 millones de españoles ya se están viendo afectados por el cambio climático, con una acumulación de años muy cálidos en la última década, el alargamiento de los veranos y el aumento de frecuencia de noches tropicales. Los efectos sobre la salud humana muestran que, a partir de un determinado umbral de temperatura máxima, las muertes aumentan de forma notable, y los datos, desafortunadamente, así lo demuestran.
El impacto sobre la producción agrícola, y por tanto de alimentos, si continua esta evolución, se podría traducir en una caída drástica en el rendimiento de los cultivos en casi todos los sectores lo que también amenazaría la seguridad alimentaria y el suministro de forraje para la manutención animal.
En este escenario es donde es más necesario el recurso a la ciencia, el despliegue del I+D+i con su mayor potencial. En este sentido, la obtención de nuevas variedades vegetales juega un papel decisivo, ya que el incremento de los rendimientos de los principales cultivos se debe, al menos, en un 50 por ciento a la mejora vegetal.
Según un reciente estudio del Instituto Cerdá Aportaciones económicas, sociales y medioambientales del sector obtentor en España, se demuestra, además, que este aumento se ha conseguido reduciendo de forma considerable el impacto ambiental y la utilización de insumos. El alza de los rendimientos atribuidos a la mejora vegetal en el caso del trigo y del maíz libera en el país el uso de suelo equivalente a casi 400.000 campos de fútbol al año. En el caso del agua, un recurso muy preciado en España, solo en el cultivo de maíz, gracias a la mejora de las variedades, se consigue ahorrar anualmente el equivalente al consumo anual de una ciudad de más de 450.000 personas.
Pero este avance no es suficiente. Nos enfrentamos además al reto lanzado por la UE en el Pacto Verde, cuyo objetivo es alcanzar la neutralidad climática de aquí a 2050, lo que implica en el caso de la agricultura una estrategia específica que se ha denominado De la granja a la mesa, que exige la reducción de insumos y el incremento de la superficie de agricultura ecológica.
Según un estudio del Joint Research Centre (JRC), de la Comisión Europea, el impacto acumulado de las distintas estrategias que se derivan del Pacto Verde supondría una reducción de la producción agraria de entre el 15 y el 20 por ciento. Este nuevo desafío, influido también por los cambios geopolíticos que se están produciendo, pueden provocar tensión en los sistemas alimentarios, convirtiendo a Europa en un importador que compita con territorios menos favorecidos.
Esta situación requiere una apuesta decidida en el marco de la investigación y la innovación para compensar los impactos acumulados de la caída de las producciones.
La buena noticia es que la ciencia avanza, es capaz de encontrar soluciones a problemas complejos, lo hemos experimentado con la COVID-19. Desde la mejora vegetal, los avances científicos están siendo muy notables y las nuevas técnicas de edición genética permiten incorporar a las variedades vegetales resistencias a la sequía y a los cambios bruscos de temperatura, o defenderse por sí mismas del ataque de nuevas plagas y enfermedades que cada vez llegan más rápido, minimizando los efectos de las caídas de producciones.
Una necesaria normativa
El verdadero desafío está en que Bruselas sea congruente con el reto que se ha marcado, y permita que la ciencia despliegue todo su potencial. Con la legislación actual, el uso de la edición genética en plantas está bloqueado debido a una normativa de hace más de 20 años, y en unas pocas semanas presentará una propuesta para regularlas en el contexto actual. De la valentía de la Comisión para enfrentarse a argumentos ideológicos y de los debates en el Parlamento Europeo depende que la UE avance o se quede atrás. Confiamos en que habrá aprendido de los errores anteriores, donde países competidores nuestros están utilizando variedades mucho más avanzadas aprovechando todo el potencial científico.
Esta regulación será negociada durante la Presidencia española de la UE, una gran responsabilidad para el equipo actual, que tendrá que compatibilizar con el período de elecciones generales. Son muchos retos coincidentes en el tiempo. Por ello, es necesario un intenso trabajo de todos los actores implicados, pero en estos momentos, nuestros políticos tienen mucho que decir.