Pasadas las fiestas navideñas, regresa la normalidad. Y, con ella, la cruda realidad que golpea de lleno a prácticamente toda Castilla y León. El domingo, muchos, aún con la resaca por el partido que enfrentó a la Arandina con el Real Madrid en la Copa del Rey, tuvieron que hacer las maletas, camino de su destino fuera de la Ribera del Duero. Por desgracia, es la opción para cientos de castellanos y leoneses que no encuentran una oportunidad en su tierra y han de buscarse el porvenir lejos de sus raíces. Los jóvenes de Aranda, para más inri, han de conformarse con compartir coche o desplazarse en un servicio de autobús cada vez más mermado y con menos frecuencias. Porque del tren, lamentablemente, ni hablamos.
Así que desde ahora hasta Semana Santa, los pueblos se enfrentan a sus meses más duros. Por el intenso frío, sí. Y porque en muchos apenas resisten una veintena de vecinos. En estas circunstancias, como se imaginarán, mantener ciertos servicios resulta casi una utopía. Cualquiera que se dé un paseo por un municipio de la comarca, si llega a encontrarse con un bar abierto, no creo que comparta barra con más de cuatro parroquianos. No es una forma de hablar. Es la realidad. Vayan, vayan. Con suerte, el panadero mantendrá su ruta diaria, así como el pescadero y el carnicero. Poco más.
Pero no todo es pesimismo. Desde hace un tiempo, se percibe un cierto resurgir. Digamos que el amor por nuestras raíces castellanas había hibernado durante décadas y empieza a aflorar. Les pongo un ejemplo: cada vez más gente luce camisetas con el eslogan de 'Castilla está de p* madre'. Por pequeño que parezca es un paso. Si son cientos los que están fuera, ojalá también seamos cientos reclamando futuro para nuestra tierra.