La noticia de que el rey emérito piensa publicar sus memorias ha coincidido con la ignominia de unos audios y fotos inéditos. Los escándalos no son nuevos, pero el anuncio de unas memorias reales ha generado gran expectación en un país de escasa tradición autobiográfica. La férrea censura franquista y religiosa dificultó este género hasta la llegada de la democracia; pero lo cierto es que, levantada la veda, raro es el político o famoso que no publica sus recuerdos en forma de confesiones íntimas, crónica de un tiempo, ajuste de cuentas, celebración de la vida, catarsis personal y, sobre todo, ciertas ansias de inmortalidad. Quienes escriben sus memorias lo hacen siempre desde la convicción de que sus experiencias y opiniones merecen pasar a la posteridad.
En el caso del emérito, él mismo señala que esta práctica no es propia de monarcas porque «los secretos se quedan en palacio», y deja muy claras sus razones: «no quiero que me roben el relato de mi propia historia». Quizá pretenda con ello contrarrestar algunos documentales como Salvar al Rey, que apuntalan su deshonor, o la abundante casquería sentimental que circula por la prensa rosa. Pero la clave reside en el título previsto para el libro: Reconciliación. Según la Real Academia, reconciliarse es volver a las amistades o atraer y acordar los ánimos desunidos.
Resulta evidente que los problemas del emérito tienen un calado político e institucional que transciende ampliamente el plano personal que parece desprenderse de este título. Un exjefe del Estado no se reconcilia tras sus presuntas faltas o delitos, sino que debe defenderse y justificarse con pruebas exhaustivas y documentadas. Porque todos conocemos el pacto de silencio con que gobiernos y medios han protegido durante años sus andanzas, un tratamiento que le ha hecho diferente ante la ley. ¿Nunca sabremos, por ejemplo, si el dinero con que se hicieron operaciones a su favor procedía de fondos públicos? Me dirán ustedes que hay que esperar a leer las memorias y quizá tengan razón. Pero yo desconfío de las confesiones de un personaje que, mientras fue rey, era inviolable y no estaba sujeto a responsabilidades según el artículo 56.3 de la Constitución, todavía vigente.
Sirvan estas memorias, aparte del interés literario que puedan tener, para recordar que la monarquía disfruta de privilegios medievales que hay que erradicar. Aviso para gobernantes. Porque los españoles tampoco queremos que se nos roben u oculten capítulos de nuestra propia Historia.