Pocos ciudadanos sabrían explicar cabalmente para qué sirve el Senado, y uno se malicia que si tal cosa ocurre no es, ni mucho menos, porque los españoles seamos unos adoquines de mucho cuidado que solo estamos al tanto del campeonato de fútbol y de los ecos de sociedad, sino porque en realidad la cámara en cuestión sirve para bien poca cosa; más allá, claro, de replicar las mismas soporíferas riñas sectarias que se desatan a toda hora en el Congreso de los Diputados, y también para que las direcciones provinciales de los partidos políticos puedan regalar una canonjía bien retribuida y dispensada de esfuerzo alguno a ciertos exalcaldes y otros antiguos altos cargos, a condición, eso sí, de que se marchen a vivir lo más lejos posible.
Pero, mire usted por dónde, estos últimos días hemos descubierto que la llamada cámara territorial, además de recibir la visita de alguna que otra excursión de jubilados que arriba al rompeolas de todas las Españas, también puede dotarse de otros usos más imaginativos si se le pone un poquito de iniciativa al asunto. Así, el Senado acoge hoy una cumbre internacional de organizaciones homófobas y antiabortistas, lo que propiciará que entre sus nobles muros, casa de todos los españoles y cosede de la soberanía nacional, se debatan cuestiones como la conveniencia de impedir que aborten las mujeres que han sido violadas o se exponga con el debido pormenor cuáles son los métodos más eficaces para curar a los homosexuales de su nefanda enfermedad.
Han recibido la callada por respuesta todas esas voces que estiman que la cesión de la Cámara Alta para tales fines, decidida con los votos del PP, está otorgando carta de normalidad a organizaciones extremistas que remueven cuestiones superadas hace largos años y que solo sirven para alentar pendencias cavernícolas. Nadie se extrañe si vuelve a suscitarse la reclamación (recurrente en el debate público) de cerrar de una vez por todas una cámara sin apenas funciones parlamentarias de relevancia y que nos hace pasar un bochorno innecesario. Ya veremos luego, si es caso, qué demonios hacemos con sus señorías, que para algo servirán.