Érase una vez un tiempo en que el trigo y la cebada se segaban a mano, la vendimia se transportaba con animales hasta los lagares y se iba a la fuente a por agua con cántaros, cada día. De esto a penas hace 50 años.
Nos decían que en el año 2000 habría coches voladores y que cada uno tendríamos un robot que nos haría los trabajos más duros. La verdad es que vamos con un pelín de retraso, pero ya ha salido de una factoría española el chasis del próximo Doroni H1 que tiene más de 400 unidades solicitadas en todo el mundo. Por un precio más o menos asequible podemos tener un robot que nos barre y friega la casa, aunque hay que reconfigurar las posiciones del mobiliario para que haga mejor su trabajo.
No hay prácticamente ni un cacharro de casa que no se pueda conectar a internet y, con ello, podemos controlarlo desde nuestro teléfono. Lo llaman el internet de las cosas. Como siempre, en el lado opuesto queda la oportunidad que tiene cada compañía, empresa o multinacional de hacer que su software falle para que cambiemos de aparato o compremos la actualización, o conocer cada detalle de tiempo de uso, energía consumida, horarios, webs que visitamos, etc.
Nos bombardean con publicidad personalizada. Se cambian formas de pensar y se interviene en las elecciones de países, a priori, democráticos. Lo del teléfono smartphone ha sido el 'caramelo', pero ahora estamos a un paso del control absoluto de nuestra vida, de nuestra intimidad. Estamos en la era del control físico y mental de los ciudadanos. Al menos debemos ser conscientes de la situación. Algunos expertos afirman que hay teléfonos que se mantienen compartiendo y transmitiendo datos, aún estando apagados. Y para rematar, entre los más jóvenes está de moda transmitir y compartir su vida en directo. No sé si nos damos cuenta de lo que va a suponer perder absolutamente la libertad.