El destino quiso que un teniente del Regimiento de Ingenieros 1 con apellido valenciano encabezara la expedición militar burgalesa apenas unas horas después de que la dana dejase a su paso un desastre medioambiental como pocos se recuerdan en este país. Fernando Senent y otros 20 efectivos con base en Castrillo del Val estaban prevenidos desde que la UME pisó la comunidad levantina porque, sabían, su maquinaria y preparación podría ser clave en la reconstrucción de las zonas devastadas por las riadas. Y así fue. La madrugada del 1 de noviembre partieron hacia la localidad de Chiva, donde comenzaron unos trabajos para los que estaban ampliamente preparados, pero que nunca pensaron que tendrían que llevar a cabo en España. Una intervención intermitente que se ha alargado hasta hace apenas unas semanas.
La idiosincrasia de los Ingenieros es estar preparados para actuar cuando se produce una catástrofe como la del pasado mes de octubre en la Comunidad Valenciana. Ya lo estuvieron en la pandemia y lo repitieron hace unos meses. A los dos días partieron hacia el Levante sin saber muy bien lo que se iban a encontrar. Podían imaginárselo, pero el teniente Senent asegura que «hay que vivirlo». «Era una situación completamente caótica. Cuando llegamos fue cuando miles de personas fueron a colaborar en las labores de limpieza. Todo el mundo quería ayudar, pero no sabían cómo», relata. Tras recalar en la base militar de Bétera, los mandos de la UME les destinaron a uno de los epicentros de la dana, Chiva. «Nuestra primera misión fue en el polígono de esta localidad. Los bomberos no podían salir a causa del lodo que había en la zona y fuimos a prestarles servicio con la maquinaria que llevamos allí para que pudieran actuar en caso de que tuvieran alguna otra emergencia».
A partir de ahí, el Regimiento de Ingenieros número 1 se fue moviendo por distintas poblaciones valencianas, como Catarroja o Sedaví. El paisaje, reconoce el mando al frente de la expedición, era desolador. «Nos encontrábamos casas completamente destruidas, vehículos arrasados y amontonados en las calles. Nunca había visto una situación similar. Era inimaginable ver algo así en España», sostiene.
Las características y habilidades de los ingenieros de Castrillo les convirtieron en pieza clave para la limpieza de las infraestructuras. Durante días limpiaron y habilitaron carreteras, viales y caminos para poder facilitar el acceso y el paso de vehículos tanto de los servicios de emergencias en un primer momento como de los vecinos. «Era tal el nivel de destrucción que un trayecto que a priori debía ser de 15 minutos se tardaba hora y media», recuerda Fernando Senent.
Durante tres meses, el Regimiento ha estado haciendo relevos de unos 10 o 12 días de este tipo de trabajos, lo que habla del nivel de desastre que hubo en Valencia. Este teniente, que ha ido rotando en varios de estos turnos, reconoce que era notable la evolución. «El gran cambio lo vimos la primera semana. Cuando llegamos todo era lodo y con el esfuerzo de todos se consiguió al menos dar unos servicios mínimos». De ahí que todo lo que encontraron desde el principio por parte de los valencianos fuera agradecimiento. «Nos valoraron muchísimo. Más allá de nuestro trabajo, que les escucharas. Todo el mundo te contaba su situación personal, que algunas de ellas eran dolorosas y críticas. Especialmente recuerdo una de un hombre al que la corriente se lo estaba llevando y unos vecinos le salvaron la vida», rememora.
Personal de esta unidad también colaboró en las labores de búsqueda e identificación de desaparecidos en la zona de los naranjos, al oeste de la capital valenciana. Una colaboración imprescindible, pues al ser una zona con muchísima vegetación, la maquinaria fue muy útil en esta misión.
Senent confiesa que nunca pensó que algún día utilizaría sus habilidades ante un desastre de tal calado en España, pero añade que «el hecho de ayudar a personas que pueden ser familiares incluso de un compañero de trabajo, o que son como hermanos, hizo que nuestro esfuerzo, que siempre suele ser enorme, fuera aún más notable». De hecho, aclara, era tal el espíritu solidario que existía en el Regimiento con base en Castrillo del Val que gente que no había sido destinada pedía integrarse en alguno de los grupos. «Y eso que dormíamos muy poco y que el esfuerzo era enorme, pero todo el mundo entendió que valía la pena», concluye.