Dos de mayo de 2002: ese día se inauguró en Burgos La Encina, una casa de acogida o, hablando con propiedad, un hogar para personas con VIH en situación de exclusión, es decir, con ausencia de soporte familiar, sin domicilio, sin salud y mal vistas por una sociedad que estigmatizaba entonces y sigue estigmatizando ahora a quienes viven con esta enfermedad.
Ahí, en La Encina, se han producido milagros, ninguno de ellos de carácter sobrenatural, no hay que peregrinar hasta allí, sino los milagros humanos que se crean cuando alguien que toca fondo encuentra atención, acompañamiento, calor humano y todo aquello que se necesita cuando la vida se pone contracorriente y las aguas te arrastran al abismo. No quisiera que esto sonara exagerado pero, les aseguro que muchas personas que han tenido la suerte de recalar en esa casa, si no hubieran tenido esa oportunidad, habrían muerto. Y esto, es un servicio público, financiado con nuestros impuestos, principalmente por el Ayuntamiento, y gestionado por personas sensibles a las necesidades de otros, en este caso por el Comité ciudadano antisida de Burgos.
Alguien puede pensar que exagero, que me he venido arriba: pues sí, porque tengo el legítimo orgullo de haber participado entonces en la puesta en marcha de ese recurso, y de seguir colaborando en su funcionamiento 21 años después, aunque lo ideal hubiera sido cerrarla porque ya no fuera necesaria. Pero lo sigue siendo.
Dentro de unos días, el 1 de diciembre, se volverá a celebrar el día mundial del sida. Afortunadamente la ciencia, siempre la ciencia, puso a nuestra disposición magníficos tratamientos, cada vez mejores, para que esta enfermedad dejara de ser letal como lo fue durante muchos años, pero la sociedad camina más lenta, arrastrando los pies, y sigue temiendo y estigmatizando a estas personas: no hemos mejorado en eso lo suficiente, pero no nos rendiremos.
Seguiremos explicando que los enfermos no son culpables, que el otro también soy yo, tenga la enfermedad que tenga o un color distinto de piel, y que los derechos humanos son universales.
Proyectos como La Encina hacen que personas desconectadas de su mejor versión, vuelvan a vincularse con su proyecto de vida.