Además de fumar como un turco y no mostrarse precisamente insensible a los placeres de la buena mesa, Angelo Giuseppe Roncalli, el Juan XXIII que en los años 60 del pasado siglo se propuso modernizar la Iglesia católica, era un tipo que cultivaba un humor cachazudo y pleno de sorna. Para muestra, un botón: cuentan sus biógrafos que, en cierta ocasión, durante una audiencia con representantes de algunos periódicos italianos, alguien preguntó al 'papa bueno' cuánta gente trabajaba en el Vaticano. «Aproximadamente la mitad», contestó mientras exhibía una sonrisa beatífica.
Bien podría la alcaldesa de Miranda de Ebro, doña Aitana Hernando, tomarle prestada la ocurrencia al guasón de Roncalli para describir el insólito trance por el que atraviesa la Policía Local de la ciudad norteña, cuerpo en el que hasta once agentes sufrieron durante las recientes fiestas patronales una súbita incapacidad temporal para acudir a sus puestos de trabajo y que el pasado miércoles registraba un pasmoso 48 por ciento de bajas laborales, todas ellas, de más está decirlo, firmadas por médicos titulados y celosos del juramento hipocrático al que se sometieron en su día. Los representantes sindicales le echan la culpa a la ansiedad que provoca a los policías la trifulca que mantienen desde hace tiempo con el Ayuntamiento a cuenta de ciertos complementos salariales, y quienes pagamos contribución, que no nos hemos caído de ningún nido, no precisamos de más explicaciones para diagnosticar la enfermedad que está diezmando a la fuerza uniformada local.
Por mucho que pretendamos escandalizarnos ante este tipo de prácticas, la pura verdad es que, a estas alturas, ya deberíamos estar curados de espanto: casi 11.000 días de baja han sumado los trabajadores de la Diputación en los primeros seis meses de este año, y, según un reciente estudio de la empresa Adecco, el absentismo en los puestos de trabajo de la Administración Pública le cuesta cada año al Estado cerca de 6.000 millones de euros. Así las cosas, quienes figuramos inscritos en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos no podemos sino tocar madera y dar gracias rendidas al sumo hacedor por la extraordinaria salud de que gozamos, a despecho de los años que ya nos van cayendo a la espalda.