«La tecnología progresa, el pensamiento retrocede». Así lo afirmaba en una reciente entrevista el filósofo francés Edgar Morin, hablando de la policrisis que afecta a la humanidad, policrisis que incide en la esfera política, económica, social y civilizatoria, como él afirma. A pesar de ello, no conviene caer en la tentación de afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor: todas las épocas tienen sus luces y sus sombras.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han habla en sus textos del tránsito de la Sociedad de la Explotación a la Sociedad de la Producción.
La revolución industrial trajo consigo el nacimiento del mercado laboral con sus conflictos de clase, y el siglo XXI arrastra desde finales del XX el mantra del crecimiento sin fin, con una economía obligada a crecer permanentemente en procesos de producción sin límites, para que los beneficios tampoco los tengan.
Cada modelo de sociedad crea sus propias patologías, afirma Han: la explotación de dementes y delincuentes, lo que hizo proliferar centros psiquiátricos y cárceles, y la de producción, momento en el que estamos, personas frustradas o deprimidas. Probablemente, estar en este momento, da alguna respuesta acerca de las causas de la fragilidad mental individual y social en la que vivimos, en un escenario en el que, además, algunos referentes se han esfumado por arte de magia.
Y por si tuviéramos pocas definiciones sobre el modelo social, Morin afirma que tenemos sobre nuestras cabezas la amenaza de una Sociedad de la sumisión. Explotación, producción y sumisión, buen panorama.
¿Cómo sobrevivir a tanta amenaza? Morin aboga por resistir, al final toca resistir. Resistir a las mentiras contadas como si fueran verdad, resistir al odio como forma de relación con el distinto, resistir a fanatismos contagiosos que se permeabilizan amparados en el desencanto, indignarnos -y esto viene de lejos- ante lo que haya que indignarse, denunciar las injusticias sin dejarse someter por ellas.
No sé si a mí, a estas alturas, me da para tanto: a partir de cierta edad las revoluciones no se hacen, se insinúan. Yo, insinúo esta.
La tecnología no puede enterrar al pensamiento: el progreso tecnológico no siempre nos hace más humanos.