Cuando yo estudiaba Historia de España me quedó grabada la leyenda del sultán Boabdil quien, tras entregar Granada a los Reyes Católicos en 1492, escuchó de su madre una frase lapidaria: «Llora como una mujer por lo que no has sabido defender como un hombre». No olvidemos que durante siglos las lágrimas fueron símbolo de la fragilidad femenina, en tanto que la masculinidad suponía un hombre de pelo en pecho, sin la menor fisura en su fortaleza y su compostura.
Tradicionalmente al varón se le ha educado en la represión emocional, en no ser un llorica, en no verbalizar y compartir sentimientos. Por eso impacta que un tiarrón como Ricky Rubio, exjugador de la NBA, declare recientemente que llorar no es debilidad, sino todo lo contrario, y que expresar tus sentimientos es un símbolo de fortaleza. No es el primer gran deportista que muestra su fragilidad, porque antes que él lo hicieron Piqué y Rafa Nadal, entre otros. Parece que el deporte actúa de catalizador de emociones, gozos y llantos masculinos que en otro escenario no afloran o lo hacen con dificultad. Recuerdo que cuando murió Maradona no quedó nadie que no soltara la lágrima.
Dicho esto, queda por ver si fuera del ámbito deportivo los hombres han conquistado ese don para verbalizar intimidades que siempre hemos disfrutado las mujeres. El antiguo concepto de masculinidad ha dado paso a nuevas formas de sexualidad y comportamientos que la ley y la sociedad amparan, pero la pregunta es : ¿hablan con naturalidad de cosas muy personales tomando una cerveza o un café? Estudios científicos han demostrado que la longevidad femenina se debe, entre otras cosas, a la facilidad para la confidencia, para el desahogo de penas y problemas entre amigas, vecinas y, si me apuran, entre dos mujeres que coinciden en un banco del parque. Así nos forjó una educación que primaba lo privado sobre lo público, en tanto que con los varones ocurría lo contrario.
Esta diferencia crece tras la jubilación. La mujer se integra en grupos y llena los cafés y los actos culturales de algarabía femenina, en tanto que el varón suele andar más solo y más callado. Y quizá no saben que si se acercan para desahogarse y llorar, les queremos y les admiramos mucho más. Porque compartir la fragilidad crea vínculos fieramente humanos, y va desterrando esa toxicidad de falsos héroes que tanto ha dañado nuestra convivencia y nuestros destinos.