Hace casi cuarenta años, en 1988, pasé por Aranda por vez primera, camino de mi primer trabajo en Soria. Lo hice en aquel autobús de línea regular que hacía diariamente la ruta Salamanca-Barcelona. Recuerdo que el vehículo hacía la parada en Jardines de don Diego, tras rodear el entorno central. Quién me iba a decir que, pocos años después, Aranda sería mi residencia habitual, mi rincón de vivencias personales y profesionales. Y, efectivamente, años después, cuando ya no viajaba en autobús porque me compré un coche, se hizo la estación de autobuses en Aranda.
En la estación de autobuses, cercana al casco urbano, la gente disponía de un lugar específico, propio y moderno. Teníamos cabinas de empresas de transporte, sala de espera, bar-cafetería, algunas tiendas, quiosco de prensa... y gente que iba y venía de un lado para otro. Con el tiempo, con las nuevas tecnologías que permitían comprar los billetes por internet, con el abandono de la administración –la misma que hizo posible la construcción del inmueble- , con todo eso, la estación de autobuses se fue deteriorando. Hace poco fue remodelada con una inversión que mejoró la sala de espera y alguna dependencia, pero gestionar un bien público no es solo poner dinero. Por eso no necesariamente funciona mejor.
Lo cierto es que la estación de autobuses de Aranda está sucia, hay malos olores, los servicios de lavabos están vandalizados, el bar-cafetería, que antaño ofrecía servicio de restaurante –fui con amigos en alguna ocasión- está de capa caída. Perdimos rutas de transporte con Madrid, afortunadamente recuperadas últimamente, como la del aeropuerto de Barajas, pero la estación no es sino un lugar donde entran y salen viajeros. Nada que ver con, por ejemplo, la estación de Lerma, más pequeña, pero con un aprovechamiento de espacios y una oferta de servicios funcionales y dignos. Algo hay que hacer.