Casi 8.000 kilómetros separan Burgos de la isla de Mayotte. Pero las devastadoras consecuencias del ciclón Chido retumbaron en una casa de la calle Federico García Lorca de la capital el pasado 14 de diciembre. Rosalía Tapia Merino (Burgos, 1989) asistió con horror a las noticias que escuchaba. En este territorio francés en medio del océano Índico, entre Madagascar y la costa de Mozambique, ha construido su hogar. Su pareja se encontraba allí. Hacía apenas una semana que había regresado de España, donde había pasado el mes de baja por paternidad que le corresponde. Precisamente, su reciente maternidad alejó a Rosalía del huracán. Quería tener a su hijo en España y voló el pasado mes de septiembre.
El 13 de noviembre nació su bebé. Los cortes de suministros y la falta de algunos alimentos básicos la han obligado a postergar el regreso a una isla a la que llegó por primera vez hace nueve años y a la que desde el principio consideró su casa.
Su idea inicial era viajar el pasado 12 de enero, pero aplazó la fecha, en principio, un mes. Tiene los billetes para el 15 de febrero. Confía en no tener que demorarlo más. Siente que el padre de la criatura se está perdiendo un tiempo muy bonito en el crecimiento de su bebé. «Para él también está siendo duro. Necesitamos unos mínimos, porque queremos que el niño esté bien, pero en cuanto estén, volveremos», apunta consciente de que todavía la normalidad está en proceso de restablecerse.
Imágenes de los destrozos del ciclón Chido en Mayotte. - Foto: DBNo era la primera alerta por fenómenos meteorológicos que recibían. Las ha habido por viento, por lluvia... Nunca antes por ciclones. «A Mayotte no suelen llegar de pleno porque estamos protegidos por Madagascar, que los suele parar. En la Isla Reunión, que está al lado, y en Mauricio sí los han sufrido, pero Mayotte hacía cien años que no vivía uno como este», introduce. En esta ocasión, sí se dio la voz de alarma y se habilitaron refugios, sobre todo para la mucha gente que vive en chabolas de chapa. Se sabía, todos estaban avisados, pero nadie le dio la importancia que, visto desde la actualidad, se merecía.
Estoy muy a gusto aquí con mi familia, pero su padre se está perdiendo cómo crece el bebé»
Rosalía tampoco. Se acostó y a la mañana siguiente se despertó con mensajes de su pareja. «Me decía que era más de lo que parecía y, sobre todo, me insistía en 'menos mal que no estáis aquí'. Incluso él estaba asustado». Pero no solo suyos. El grupo de WhatsApp de los vecinos echaba humo. Un siniestro detrás de otro. Techos volados, terrazas destrozadas...
Imágenes de los destrozos del ciclón Chido en Mayotte. - Foto: DBA las diez de la mañana, perdió toda conexión. Ni mensajes ni llamadas. Tardó unas cuantas horas en volver a saber del padre de su niño. Difícilmente consiguió contactar con él. Estuvieron días sin electricidad, internet aún va a trompicones y se intensificaron los cortes de agua, ya persistentes antes de Chido por los problemas de sequía, que hace que la población esté acostumbrada a tener reservas, botellas e incluso depósitos.
El hospital en el que trabaja como fisioterapeuta tampoco presentaba su mejor versión. Sus compañeros se afanaban con escobas y cubos para devolver una mínima funcionalidad tras el paso del huracán y aún tiene dificultades con la red.
En ese centro comienza su relación con la isla de Mayotte, un territorio descubierto por muchos tras esta tragedia y que depende, por decisión propia, del Estado francés. Los maoreses, que así se llaman sus habitantes, lo decidieron en un referéndum en 1975.
La historia de Rosalía allí arranca con un prólogo que retrata la fuga de talentos y el desprecio de España hacia los jóvenes a los que forma. Su caso no es una excepción. Tras terminar sus estudios de Fisioterapia en Zaragoza, decidió apostar por la cooperación, un camino que siempre había querido, y su primer paso fue aprender francés. No fue una elección al tuntún. «En Francia, los fisioterapeutas están muy bien considerados. En la sanidad pública tienen mucho peso, cosa que en España no ocurre, aunque empiezan a tenerlo. Pero todavía los hospitales no tienen tantos fisioterapeutas como necesitan», cuenta sentada en una mesa en el bar, ahora con otro nombre, donde dio sus primeras clases de este idioma, frente a la biblioteca Gonzalo de Berceo.
La isla de Mayotte es un cóctel con pinceladas buenas y otras amargas, pero al final sabe bueno»
Su deseo de perfeccionar esta lengua la llevó a tierras galas. Su primer empleo fue como au pair en uno de los barrios más ricos de la periferia parisina. «La familia tenía un niño con discapacidad y me aceptaron sin saber francés, apenas decía bon jour». Tres meses después, saltó a uno de los más pobres ya para desempeñar su profesión. Acariciaba su sueño, pero aún no lo abrazaba del todo. Su meta siempre había sido atender a niños. Año y medio después, trasteando por internet se topó con una oferta laboral que se ajustaba a lo que buscaba. La contrataron. El hospital se ubicaba en la isla de Mayotte. «Cuando llegué allí me dije 'dónde estoy, esto no es Europa'. Sí me habían dicho que era un contexto sociopolítico complicado, con mucha inmigración de las islas de alrededor, pero hasta que no lo ves no te haces una idea. Yo siempre digo que es un cóctel, con pinceladas muy buenas y otras muy amargas, pero al final te sabe bueno». Confiesa que tras la primera semana ella ya se encontraba como en casa. Algo que no es lo común. Mucha gente cuando baja del avión ve un paraíso, una imagen que se disipa pronto.
Corría el año 2016 y el trabajo se convirtió en su gran ancla. Todavía no había conocido a su pareja, que sería la segunda. Empezó en el servicio de Pediatría y Neonatología. «La mitad de los pacientes que tenemos son franceses y la otra, inmigrantes que vienen del resto de las islas Comoras, Madagascar y refugiados de Somalia y El Congo». Se dejó llevar por la vida tropical. Pero después de dos años y medio, y con la experiencia de un contexto tan complicado como el de Mayotte, se enroló en dos misiones de Médicos Sin Fronteras, una en Sudán del Sur y otra en Haití. Entre ambas, le pilló la pandemia y pasó un periodo de confinamiento en la isla -«allí fue más light, menos estricto que aquí»-.
Cuando volvió definitivamente a Mayotte en 2022, se enamoró de un lugareño. Ya tenía dos motivos para continuar allí. Precisamente, ese amor y ese querer que su primer hijo naciera en las mejores condiciones la trajo el pasado mes de septiembre a su ciudad para dar a luz. Desconocía que un ciclón la retendría más tiempo del planeado.
«Es un buen sitio para quedarse atrapada. Estoy muy a gusto con mi familia. Podría volverme ya, pero quiero que esté todo bien. Ahora que mi niño se alimenta a través de mí, tengo que estar bien alimentada y tranquila», destaca la fisioterapeuta, de baja por maternidad -tienen también cuatro meses, pero les obligan a cogerse un mes y medio antes del nacimiento-. Luego cogerá una excedencia de unos meses para estar más tiempo con el pequeño.
Corto y largo plazo. Mayotte aparece entre sus planes más inmediatos y en los de a largo plazo. «Me parece un sitio muy bueno para criar a un niño hasta los cuatro años o así», subraya y llama la atención sobre esas dos caras de la isla. Por un lado, un paraíso. Por otro, delincuencia e inseguridad. «Los maoreses son muy resilientes, siguen allí, pelean por mejorar sus circunstancias y se lo piden constantemente a Francia. Ellos aguantan, pero yo no sé si aguantaría», sopesa y advierte que sí, que, aunque no sabe cuándo, sí le gustaría volver a España en algún momento (y no solo de vacaciones o de visita).
Y sí, aunque ahora vive acostumbrada al clima tropical todo el año, no le importaría sentir las cuatro estaciones de Burgos. Otra cosa es su pareja. «No sé si se aclimataría a la vida aquí, aunque el tiempo que pasó en noviembre sí le gustó, pilló días de luz, con unos cielos...», ilustra sabedora de que no siempre la ciudad del Arlanzón recibe al visitante tan luminosa.
De momento, ambos han creado una vida bonita en la isla de Mayotte. No ha sido difícil porque, asegura Rosalía, la cultura maoresa, a pesar de ser diferente en muchas cosas, se asemeja mucho a la española. «Son muy fiesteros, pero también muy familiares. Por eso nos encontramos cómodos, no son como en Francia, que tienen un punto altivo. La cultura y la población te atraen, son gente maja, como la de aquí», traza. Ella, desde luego, ha encontrado su comunidad.
Y de ese círculo forman parte los muchos españoles que residen allí. Han creado una gran familia. Se juntan a menudo a compartir momentos, entre ellos, llama la atención sobre las paellas que Fran, un alicantino veterano, como ella misma, organiza en la playa. Para la próxima, la burgalesa llevará a un invitado muy especial.
Cómo es la vida allí
La isla de Mayotte es otro mundo. Ese es el titular que da Tapia Merino después de casi una década allí. El clima es tropical. Podría estar en manga corta todo el año, pero asegura que después de tantos años, se va tropicalizando y en julio y agosto le gusta ponerse pantalón largo y chaquetilla. El hospital en el que trabaja es la mayor maternidad de Europa, con 30 alumbramientos diarios de media. Muchas madres de los países cercanos acuden allí a dar a luz, pues las instalaciones, aun siendo peor que en el viejo continente, están mejor. Cuenta con 300.000 habitantes oficiales y se calcula que otros tantos 'oficiosos'. Gran parte de la población trabaja para la Administración pública, tanto en docencia como en sanidad. El resto se dedica a la pesca, hay un atún rojo «buenísimo» que Rosalía embota como hacen su madre y su abuela, algo de ganadería y agricultura, sobre todo, árboles frutales. Bananas, papayas, mangos y piñas. Muchos destrozados ahora por el ciclón.
Pese a mostrarse como un paraíso, el turismo aún está por desarrollar, pero cuenta con tesoros como imponentes arrecifes de coral. Los pocos foráneos que llegan son, principalmente, familiares de visita.