Lo que más preocupaba a Astérix, Obélix y el resto de los galos no eran los romanos, por supuesto, sino que el cielo cayera sobre sus cabezas. Y ese mismo temor se desató en todo el mundo desde comienzos de este año, al comunicarse que podría chocar contra la Tierra el asteroide 2024 YR4, descubierto desde Chile el 25 de diciembre de 2024. La probabilidad de impacto calculada fue aumentando progresivamente hasta el 24 de febrero, cuando llegó a superar el 3%. Y la fecha de la colisión sería el 22 de diciembre de 2032: las opciones de que ese día nos impactara la roca cósmica eran 3.000 veces mayores a que cayera "el gordo" de la Lotería de Navidad en nuestro número favorito.
Algunas personas estaban atemorizadas por esta noticia, que llegó a ser portada de muchos medios de comunicación. Se mostraron de nuevo varios reportajes sobre el final de los dinosaurios, cuando hace unos 66 millones de años impactó contra la Tierra un meteorito (nombre que recibe un asteroide o fragmento de él cuando llega a nuestra superficie) de un tamaño calculado en 12 km. Además, volvieron a verse todas esas películas de Hollywood que, sin ninguna base científica, muestran rocas destructoras caídas del cielo o héroes (con y sin capa) capaces de desintegrarlas.
En el otro lado, algunos comentaban con ironía que, tal como estamos tratando a este planeta azul, quizá no fuera una mala noticia terminar con nuestra especie cuanto antes. Pero unos y otros exageraban, ya que el tamaño de este asteroide es de entre 40 y 100 metros, por lo que, al llegar a la Tierra y fundirse parcialmente en la atmósfera, originaría un impacto meteorítico que afectaría a una zona de entre menos de uno y pocos kilómetros de diámetro. En cualquier caso, si el lugar "agraciado" era una ciudad o un lugar del mar cercano a la costa, las consecuencias podrían ser gravísimas. ¿Se necesitarían estrategias de desvío o destrucción de esa roca amenazante, como las probadas con éxito por la NASA con la misión Double Asteroid Redirection Test (DART) en 2022?
Pero el 25 de febrero, al reanalizar todos los datos obtenidos hasta entonces por los astrónomos (profesionales y aficionados), se pudo calcular con más precisión la órbita del asteroide 2024 YR4… y su probabilidad de impacto quedó reducida al 0.001 %. Precisamente, la misma de que nos toque "el gordo" en la lotería.
Más allá de los titulares apocalípticos que de vez en cuando aparecen y desaparecen, a los científicos nos han interesado los asteroides desde que en 1801 fue descubierto el primero: Ceres, que por su tamaño y esfericidad ahora se considera un planeta enano. Hasta el momento se conocen más de medio millón con una de sus dimensiones mayor de 1 km, y la gran mayoría gira en torno al Sol en el llamado "cinturón principal", situado entre las órbitas de Marte y Júpiter. Muchos astrónomos y geólogos los estudian y clasifican, relacionando su composición con la de los meteoritos que han ido recogiéndose en nuestro planeta desde hace siglos. Uno de los más conocidos, por cierto, cayó en 1811 cerca de Berlangas de Roa, en nuestra provincia… aunque para ver sus restos hay que viajar a París porque allí se lo llevaron las tropas invasoras francesas.
En el ámbito de la astrobiología, gracias a misiones de la Agencia Espacial Japonesa (JAXA) y de la NASA, desde hace dos décadas es posible analizar la composición de algunos asteroides tomando directamente muestras de ellos. Así averiguamos las características geológicas y químicas de materiales tan antiguos como el propio Sistema Solar: unos 4.600 millones de años.
El último de los tres asteroides visitados y "muestreados" ha sido el llamado (101955) Bennu, de 490 metros de diámetro, al que llegó la misión OSIRIS-Rex de la NASA en octubre de 2020. Logró recoger 120 gramos de material de su superficie en un contenedor que después selló herméticamente, y tras un largo viaje de vuelta fue recuperado en el desierto de Utah en septiembre de 2023. A finales de enero de este año se han publicado los resultados del minucioso análisis de esos materiales, realizado en diferentes laboratorios del mundo.
Una de las sorpresas ha sido comprobar que esa roca contiene 14 de los 20 aminoácidos que forman las proteínas de los seres vivos, y las 5 bases nitrogenadas que están presentes en nuestro ADN y ARN. Pensamos que esto puede ser habitual en los asteroides de este tipo. Por tanto, algunas de las moléculas clave para la vida se originaron antes que nuestro propio planeta… y podrían haber llegado hasta aquí a bordo de meteoritos, como ingredientes exóticos caídos sobre la "sopa primitiva". Temamos o no a esos mensajeros del Cosmos, es cada vez más claro que existimos gracias a ellos.
Por mi parte, les confieso que tengo un cariño especial a dos asteroides. El primero fue descubierto por un astrónomo turco en 1909, se llama B 612 y si releen El Principito se encontrarán con él. El segundo lo descubrió el astrónomo aficionado español Rafa Ferrando en 2007 y se llamaba inicialmente (462078) 2007 FS4: si tienen 10 minutos disponibles y buscan en internet mi charla Invisible a los ojos (en el evento NAUKAS Bilbao 2023) podrán conocer su historia… y su nombre actual.