La dificultad para la adaptación de los puestos de trabajo a supervivientes a un cáncer que deja secuelas es una de las grandes críticas de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), que aprovecha cualquier oportunidad para destacar un aspecto prioritario en la vida de cualquier persona: la importancia de poder reinsertarse en la sociedad con plenitud tras un proceso oncológico.
Ese problema es extensivo a otras enfermedades que generan limitaciones a los afectados, pero dado que el cáncer tiene incidencia creciente, lo más habitual es que la adaptación se pida a causa del tratamiento para un tumor maligno. Así sucede en la Diputación de Burgos, donde el 98% de las veces que se ha solicitado una adaptación o un cambio de trabajo el origen era cáncer de mama. El portavoz del Sindicato Obrero Independiente (SOI) en la institución, Fernando Ojeda, explica que la Diputación sí ha sido receptiva a esta necesidad y con cada oferta de empleo público «trata» la promoción interna y los denominados «puestos por razones de salud», que casi siempre son «para personal no cualificado y auxiliares de enfermería». En la del 2024, por ejemplo, se crearon 17 puestos de este tipo. «Más que adaptar puestos, la entidad facilita el cambio, porque el porcentaje de personas consideradas 'no aptas' es más alto que el de 'aptas con limitaciones'», dice Ojeda, matizando que el objetivo de los sindicatos es conseguir que esta 'reserva' de empleos pueda ampliarse a categorías más altas, para que la pérdida de remuneración que puede conllevar el cambio de trabajo no sea tan elevada en algunos casos. «Que un enfermero o un trabajador social cambie a portero conlleva una pérdida económica brutal», dice, por lo que ahora que esta política de 'reinserción' está instalada, trabajan para mejorarla.
Dos beneficiadas del cambio y de la promoción cuentan en qué consiste.
Limpiadora y cuidadora eran las ocupaciones de María del Mar Rubio en la Diputación, hasta que el cáncer de mama entró en su vida y lo cambió todo. «Me diagnosticaron en el 2017, gracias al servicio de prevención de la Diputación, que me salvó la vida», destaca esta mujer, antes de matizar que medio año antes se había hecho una mamografía en la que no había nada. Pero el reconocimiento anual permitió localizar a tiempo un tumor, «que era como una lentejita», pero que ya había afectado a los ganglios del brazo derecho. «Me quitaron 28», cuenta Rubio, que estuvo cerca de dos años de baja. «Pero te quieres hacer la fuerte y quieres volver a ser tú. Y no lo eres», dice, antes de explicar que tenía tantas limitaciones para desempeñar el trabajo de su categoría, que «en el servicio de prevención me declararon no apta para mi puesto».
Al tener metástasis en los ganglios del brazo derecho, el tratamiento conllevó una linfadenectomía; es decir, le extirparon todos los ganglios del brazo. «Tengo dificultades para levantarlo y no tengo fuerza», explica, antes de añadir que también debe prestar más atención a esa extremidad, para evitar una secuela muy frecuente, en la que se retiene líquido y se produce inflamación: «He de tener mucho cuidado para no cortarme, no tener infecciones y no cargar pesos, porque se me puede hacer el linfedema». A esto añade migrañas como secuela y un problema en la tiroides por la radioterapia.
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María Luz Alegre sabe por experiencia lo que es quedarse sin trabajo por haber tenido una baja larga; en su caso, por un cáncer de mama que le diagnosticaron hace una década. «Yo trabajaba como cocinera en un comedor. Se acabó el contrato y no me volvieron a llamar», dice, aclarando que entonces tenía 45 años y una vida por delante. Pero el tratamiento de la enfermedad conllevó que le quitaran los dos pechos y que le quitaran algún ganglio.
Después le hicieron la reconstrucción y tuvo que empezar a manejarse de otra manera. «Es que los brazos no quedan igual, te implantan las prótesis debajo del músculo y ahí queda. Así que no puedes coger mucho peso, porque el músculo pierde fuerza. Y es el problema», dice, antes de aclarar que el proceso le provocó «una discapacidad reconocida del 45%».
Así que con esas circunstancias, supo que en la Diputación había bolsas de trabajo y se apuntó a la de auxiliar de cocina. «Quedé bien y me llamaron», recuerda, antes de explicar que después optó a un contrato mediante interinidad y, a continuación, se presentó a un examen para optar a un puesto de limpieza adaptado a personas con discapacidad. De esta manera pudo obtener una plaza fija como personal de la Diputación.
(Más información sobre ambos testimonios, en la edición impresa de este martes de Diario de Burgos o aquí)