El presidente el Gobierno, Pedro Sánchez ha sido elegido para un tercer mandato con los votos previstos de todos los grupos parlamentarios excepto el PP y Vox, 179 escaños que representan a 12,5 millones de ciudadanos. Los datos fríos e inapelables no ocultan que han sido obtenidos por la cesión de una ley de amnistía a los partidos independentistas catalanes y que comienza una legislatura en la que se ha de comprobar si esa decisión supone la vuelta del partido del prófugo Carles Puigdemont a la política institucional y si se normaliza aún más la convivencia en Cataluña, o la envenena en el resto de España.
Tras el Pleno de investidura, en el que Alberto Núñez Feijóo todavía clamaba en el desierto por la repetición de elecciones y exhibía su inútil éxito el 23-J, el PP debe comenzar a articular su nueva estancia en la oposición y decidir hasta qué nivel está dispuesto a llevar la crispación preventiva, aunque da sólidas muestras de que no tendrán miramientos con el Gobierno.
La amnistía -clave del arco- sobre los procesos independentistas catalanes no garantiza que la legislatura vaya a ser tan duradera como pretende Pedro Sánchez, aunque sí puede durar un par de años porque los Presupuestos Generales del Estado, en los que ya se trabaja, se votarán antes de que los independentistas comiencen pasar al cobro los pagarés que tienen en sus manos. Ahí vuelve a entrar en juego el principio sustancial de la política, la negociación y la búsqueda de acuerdos sobre los asuntos que afectan a las cosas de comer de la ciudadanía, como ponen el acento los partidos progresistas - ¿los nacionalistas lo son? -, que se han de tramitar de forma simultánea con el comienzo de una nueva etapa de debate sobre la esencia -otra vez- del ser de España para hablar de la plurinacionalidad, amparada en la propia Constitución, y el encaje con su indisoluble unidad.
Acerca de lo que no hay dudas es que Sánchez vuelve al inquilinato de La Moncloa con menos rasguños de los que sería esperable porque quien podía habérselos inferido, Feijóo, no dio un paso más en su ataque a la ley de amnistía, de la que ya sabía su articulado y debía haber pedido explicaciones, para quedarse en el argumento, ya vencido, del fraude electoral. Ambos líderes se mantuvieron en el espacio delimitado entre el pasado, con un presidente del PP que no rechazó con solvencia que la amnistía era una excusa para repetir las elecciones, y el futuro del reencuentro en y con Cataluña deseado por Sánchez, mientras el presente se va a jugar partido a partido.
Los retos, los compromisos, las servidumbres de Pedro Sánchez respecto a todos los socios de investidura, e incluso de legislatura, son conocidos y no exentos de riesgos. El PP, por su parte, debe dar respuesta a la pregunta que el presidente del Gobierno ha dejado en el aire "¿cuál es su alternativa para Cataluña? En los dos días de debate de investidura fueron muchas las ocasiones en las que se aludió a la apocalíptica predicción pasada y presente sobre la ruptura de España y el debilitamiento de la democracia sin que se haya producido. Pero ese es el clima que viene, porque nadie hará caso a la portavoz de Coalición Canaria, Cristina Valido: "Les voy a pedir un favor a todos, fundamentalmente a los dos grandes partidos: bajen la crispación. No pongan en peligro la libertad y la democracia que tanto nos costó conseguir, porque normalmente los monstruos vienen despacito y sin que nadie los vea".