Rodrigo Barrio Dos Ramos se ha afiliado recientemente a Jóvenes Agricultores (Asaja). Pasa largas temporadas en La Parte de Bureba, en la casa que heredó de su familia asesinada y trabaja con su tío Félix -hermano de Salvador- en las tierras de cereal que su progenitor cultivaba antes del 8 de junio de 2004. En esa fecha el resto de su familia -padre, madre y hermano menor- aparecían muertos cosidos a puñaladas (en torno a 100) en el 5º A del número 14 de la calle Jesús María Ordoño, el piso que poseían en la capital. Una tragedia que la crónica negra de la ciudad bautizó como el triple crimen de Burgos, denominación que adquiere tintes aún más dramáticos por cuanto 10 años después aún nadie ha dado con el autor.
Ya con 26 años de edad, su aspecto esmirriado propio de la adolescencia ha dado paso a una figura más robusta, característica de quienes se dedican a las labores agrícolas. Su semblante, nunca demasiado alegre antes de la muerte de su familia pero de gestos más amables pese a su apatía congénita, se ha tornado hosco y ceñudo, una evolución típica de quien ha sufrido una desgracia como la que él padeció y además ha sido señalado como el principal culpable. Quienes le conocen le describen ahora como una persona «evasiva, esquiva, desconfiada».
De 2007 a 2010 la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de la Policía Nacional le consideró el principal sospechoso de asesinar a sus padres, Salvador, Julia y su hermano Álvaro, de 12 años. Hasta el punto de que con 19 años fue detenido e internado en el centro Zambrana de Valladolid como medida cautelar.
Saldría a los tres días. Tres años más tarde la argumentación que los investigadores construyeron en torno a su culpabilidad se desmoronaría. El «castillo» de supuestos indicios levantados en esos 36 meses de pesquisas «tenía los cimientos de barro», en palabras del fiscal delegado de Menores, José Fernández. Junto a su compañero Luis Delgado solicitó a la jueza Blanca Subiñas el archivo de la causa en un auto que tachaba de «meras hipótesis y conjeturas» las conclusiones de la Policía.
La propia magistrada no era más benévola que ellos con la investigación policial, que tildó de «auto de fe, como una necesidad ciega de buscar respuestas». Así que el recelo y la suspicacia que caracterizan ahora el comportamiento de Rodrigo parecen justificados. Máxime cuando parte de la familia de su madre, residentes en Queirugás (Orense), le cree culpable todavía hoy.
Ahora tiene coche nuevo, un Opel Insignia. Ya jubiló el Audi blanco de su padre. Con él va y viene de la Bureba a Santiago de Compostela, donde también tiene casa. Mientras el joven trata de hacer una vida normal, Ángel Ruiz (52 años), un vecino de La Parte al que Rodrigo conocía, está en prisión. Es el hombre que cubrió de pintadas ofensivas el panteón de su familia paterna la misma noche del entierro de Salvador. El mismo individuo que interrumpió el sepelio de ‘Salvi’ con acelerones de su tractor en una finca junto al cementerio. El mismo que coleccionaba recortes de prensa del triple crimen. El mismo que se enfrentó al padre de Rodrigo porque un camino vecinal invadía una propiedad suya. El mismo al que Pepe, tío abuelo del único superviviente de la matanza, apuntaba cuando la Policía Nacional acudía al pueblo preguntando por posibles sospechosos.
Dos crímenes más. Pero ‘Angelillo’ está en la cárcel no por el triple asesinato de la calle Jesús María Ordoño. Lo está por haber matado a su vecina Rosalía Martínez Gandía el 25 de agosto de 2011. La atropelló con un coche que había robado. ¿El motivo? Que ella le había denunciado ante la Guardia Civil por haberse colado en su casa y haberla amenazado de muerte. Ha sido condenado en 2014 a 18 años de prisión. La Benemérita le considera también responsable de la desaparición de un joven búlgaro, Shibil Angelov Shibilov, a quien habría contratado a finales de 2012 para buscar unos sicarios que matasen a un pariente suyo en Bilbao. Solo por estos dos crímenes ya podría ser considerado un asesino en serie.
Con estos antecedentes y los efectos que hallaron en el registro de su casa, entre ellos la llave del despacho de la Alcaldía de La Parte que ocupaba Salvador en 2004, la Unidad Orgánica de la Policía Judicial de la Benemérita no tardó en situarle como sospechoso del triple crimen. Pedro Torres, abogado que lleva la acusación particular que encarna Félix Barrio, considera que «hay más indicios de peso contra Ángel que los que había en su día contra Rodrigo». Y, aunque no lo dicen, sus gestos denotan que los fiscales y la jueza de Menores piensan que al menos hay los mismos. Hasta el punto de que el Juzgado de Instrucción número 2 de Burgos reabrió el caso el 5 de marzo pasado para seguir esta línea de investigación.
Un mes después de que la magistrada tomara esta decisión, Rodrigo Barrio cambiaba de principal imputado a acusador, al personarse como parte en el proceso. Y Ángel Ruiz, que no había pasado de ser considerado el loco del pueblo, el tío raro y violento que quebraba la paz de la tranquila pedanía perteneciente a Oña quemando montones de pacas y amenazando a sus convecinos, se convierte ahora en el foco de atención de los investigadores.
Los dos únicos sospechosos con nombre y apellidos que ha tenido el triple crimen en esta década curiosamente no fueron considerados tales en 2004. Ángel Galán, excomisario principal de la UDEV, asegura que Rodrigo Barrio le pareció desde un principio «una víctima». Es dos años y medio después de los asesinatos, elaborado ya de «forma minuciosa un perfil del autor», cuando la Policía «piensa en él». De todos modos, sí que le pincharon el móvil a los pocos días de los hechos, pero las conversaciones que mantenía «eran banales», señalan fuentes de la investigación. De hecho, vigilaban su teléfono más por si recibía llamadas del asesino que por su implicación en los hechos.
Ángel Ruiz, asegura Galán, «no fue sospechoso de asesinato en ningún caso», solo de las pintadas en el panteón. La UDEV lo descartó «por su personalidad, porque no se sabía que tuviera coche y pudiera ir de un lado a otro y porque la gente» con que habló la Policía «decía que Angelillo no tenía ni idea de dónde vivía Salvador en la capital». No obstante, fue interrogado por los crímenes, pero no cantó. Justificó las pintadas alegando que lo había hecho porque la familia de Salvador, el día antes de su entierro, había cortado una rama del árbol que su padre -que fuera guardia civil- había plantado en mitad del cementerio años atrás. Ese tallo invadía el panteón de los Barrio y Ángel se tomó su tala como una afrenta que merecía un escarmiento. Y se desquitó escribiendo en su tumba las palabras «cabrón e hijo de puta». Todos coinciden en el pueblo al calificarle de «vengativo».
La labor de la jueza. ¿El ansia de venganza que conduce sus actos le convierte en asesino? Sí, en el caso de Rosalía Martínez Gandía así fue. ¿Le convierte en el autor del triple crimen? Por ahora no. Habrá que esperar a ver cómo evoluciona la investigación. Saber si los indicios hallados por la Guardia Civil hace dos años, unidos a algunos de los datos que reunió sobre él la Policía Nacional entre 2004 y 2005, encajan sin chirriar en un argumentario que la titular del juzgado de instrucción 2, María Dolores Fresco, habrá de fiscalizar antes de decidir si archiva de nuevo o dicta auto de apertura de juicio oral.
Mientras tanto Ángel Ruiz permanece en la cárcel de Burgos. No pasa desapercibido, «porque su foto ha salido mucho en la prensa y es un tío extraño, pero va a lo suyo y nadie se mete con él». Si nadie censura en la prisión la entrada de los periódicos que relatan las sospechas que se ciernen sobre él -entre ellos Diario de Burgos- a buen seguro que está devorando todo lo que se escribe de su persona.
Su madre, Pilar, relató a la Guardia Civil -así aparece en el atestado que remitió al juzgado- que su hijo le pedía «que consiguiera las noticias en las que él saliera o le fueran de interés». Así que no se trata de una persona ajena al afán de notoriedad.
Ángel nació en Baracaldo en 1962, pero la mayor parte de su infancia y juventud transcurrieron en Burgos capital, viviendo con sus padres y su hermana María Sagrario en el barrio de Gamonal, en Lavaderos, y en el cuartel de la calle de El Morco. A principios de los años 80, la familia regresó a La Parte de Bureba, el pueblo del que era oriundo su progenitor. Sus habitantes no olvidan «las palizas» que propinaba a sus padres. Cobra una pensión por incapacidad intelectual desde los 90, gracias a un diagnóstico realizado en esos años que le atribuía un trastorno psicótico paranoide que en realidad no sufre. Así lo dijeron las forenses que en 2012 y 2013 estudiaron su personalidad. En su opinión padece un desorden de conducta de tipo «esquizoide y paranoide, que no es ninguna enfermedad mental psicótica». Se trata de un patrón de comportamiento que destaca por el «desinterés, la escasa empatía hacia los demás y la suspicacia». Era el raro del pueblo, sí. ¿El loco? Puede que se lo hiciera, pero no lo está. Los investigadores de la Guardia Civil que le interrogaron y siguieron sus movimientos antes de ‘cazarle’ por el asesinato de Rosalía Martínez dicen de él que «es listo y sabe salir de los apuros».
Huidas. Cuando Rodrigo era pequeño y jugaba en el barrio alto de La Parte, a buen seguro que más de una vez se topó con la mirada torva de Ángel Ruiz, quien habitaba en el barrio bajo, el más alejado de la N-232. Quién sabe. Quizás fue testigo incluso de algunos de los arrebatos de violencia que solía protagonizar y que su padre neutralizaba prometiendo a sus víctimas que él lo solucionaría. Y Ángel senior lo intentaba, hasta el punto de internarlo en el Divino Valles, en la unidad de psiquiatría, pero se escapaba. «Tras una de sus huidas, en una ocasión dos helicópteros sobrevolaron el pueblo buscándolo», recuerda el actual alcalde pedáneo, Ignacio Ruiz.
De ser el asesino, Ángel Ruiz seguro que se frotaría las manos cuando Rodrigo se convirtió en el principal sospechoso. Ahora cambian las tornas y es el único superviviente de la familia Barrio Dos Ramos el que está en posición de levantar el dedo acusador. Ya tuvo que tragar lo suyo cuando supo que este habitante de La Parte era quien había injuriado a su padre realizando pintadas en el panteón familiar. ¿Era culpable de algo más que de un delito de ofensas a la memoria de los difuntos? El devenir de la investigación lo dirá.
¿Logró engañar a los investigadores? ¿Su primer crimen fue el crimen perfecto y después perdió facultades como lo demuestra el hecho de que fuera descubierto por el asesinato de Rosalía Martínez? Los expertos opinan que los criminales, y más los asesinos en serie, no desaprenden sino que mejoran sus métodos. ¿Cómo encaja este patrón en la evolución delictiva de Ángel Ruiz? Aunque policías y guardias civiles están de acuerdo en que es extraño que en un espacio tan reducido como La Parte de Bureba conviva más de un asesino, no lo es menos que el crimen de los Barrio se produjo en Burgos y que en la localidad ya fue condenado otro vecino en 2011 por matar a su hermano.
Tampoco se olvidan de recordar que no es lo mismo asestar 100 puñaladas a tres personas, entre ellas un niño, que atropellar de forma intencionada a una mujer. Fue capaz de asesinar a Rosalía, de eso no hay duda, pero no tuvo contacto físico con ella. ¿O es que con el tiempo ha aprendido a tomar distancia para dejar menos rastros? No se sabe. Además, el cadáver de Shibil Angelov Shibilov -de cuya muerte los investigadores de la Guardia Civil se muestran totalmente seguros- no aparece, por lo que desconocen de qué manera pudo matarlo. Su hallazgo podría ayudar a determinar sin Ángel Ruiz se atreve con sus víctimas en el cuerpo a cuerpo.
Así las cosas, ya solo resta esperar a ver si todos los indicios que apuntan a Ángel Ruiz adquieren la consistencia suficiente para procesarle. Al acecho está el único superviviente de la matanza. Pero cuidado, pues hay quienes piensan que no erraron el tiro al apuntar a Rodrigo. El archivo de la causa contra él no significa que esté totalmente libre de sospecha. Todas las líneas de investigación siguen abiertas.