Integración, respeto y trabajo en equipo. Unos valores que ha aprendido del rugby y que ha sabido trasladar a su vida diaria. Todas las morfologías, roles y responsabilidades, lenta o rápida, ágil o torpe, corpulenta o delgada, en el rugby, todas, tienen su sitio y, todas son importantes, «es un mensaje muy potente porque siempre aportas, seas como seas, y eso me encanta». Esta filosofía es la que atrajo a Ángela Calvo hace 10 años a formar parte del Pingüinas Rugby Club practicando este deporte no solo de caballeros, sino «de mujeres, jugado por mujeres». Sus estudios de Ciencias Políticas y Gestión Pública en Burgos, aun siendo de Peñafiel (Valladolid), le abrieron las puertas a esta disciplina y ejerce de profesora en el IES Empecinado de Aranda de Duero, desde donde viene y va para mantenerse en la escuadra que esta temporada ha conquistado el ascenso a la DHB (División de Honor B).
Un logro que le reportó una sensación inédita de «alegría pura». Supo contener las lágrimas siete minutos antes de que concluyera el encuentro y pitaran un golpe de castigo ante el Industriales, «miré a mis compañeras, vi la diferencia de puntos... Fue inexplicable ese momento... después de todas las fases de ascenso que habíamos perdido...». Tenían los ojos empañados y su técnico, Patas, estaba de celebración, «siempre ha estado ahí, de nuestro lado... Son muchas cosas las que te pasan en un instante con gente con la que has compartido tanto...», confiesa de ese grato recuerdo. Una campaña de ensueño, labrada con trabajo minucioso y que «supimos mantener la esperanza alimentada por la obtención del Premio Iberdrola y poder ir a Francia. Luego el disfrute de la fase de ascenso y de la promoción en la que tan solo perdimos un partido».
Si tuviera que elegir un adjetivo que le definiera ese es «constancia». Considera que tanto la jugadora como su persona se «retroalimentan» y entonces afloran otras virtudes como entusiasmo, positivismo y seguridad, «me gusta sentirme parte de un equipo en el que confío plenamente», se congratula con una oratoria elegante la capitana, que junto a Bea «que además es mi mejor amiga», comparte brazalete.
En su lista de reproducción suena Kilómetros, de los Caligaris. En su estantería destaca el volumen Con fina desobediencia:Atlas de rugby con olor a cerveza y barro, de Fermín de la Calle; Invictus es una película que le viene a la mente con el balón ovalado y si a alguien admira es a la internacional Inés Antolínez.
Tilda a la afición burgalesa de «fiel» y advierte sentir «orgullo», porque «respaldan todos los deportes y porque contagian su compromiso». Probó con el fútbol y el baloncesto, pero el rugby le atrapó sin tener apenas nociones, «igual que a su padre».
Su horizonte se divisa prometedor porque «quiero y veo que cada vez hay más niñas». Suele jugar de centro, pero le gusta flirtear con la picaresca y le atrae el puesto de flanker de siete o de seis. No va con su personalidad, pero argumenta que «tiene algo oculto y es muy de avispa, que incomoda al rival». Le quedan años antes de retirarse, siempre que su abductor del hombro se lo permita y cree que la igualdad está calando, «nos hace ser un poco más libres a todos».