Otra mirada profunda al folclore burgalés

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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La Institución Fernán González realizará un estudio monográfico sobre Justo del Río, el primer gran folclorista burgalés, a partir de la donación que sus nietos han hecho de cientos de fotografías del fondo del investigador y artista

Teresa y Julián del Río, nietos del folclorista, y María Ángeles Saiz, que tanto hace por mantener viva la llama de Justo del Río. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Justo del Río es sinónimo de folclore burgalés, aunque su desempeño, su trabajo y su legado trasciendan ese simple (que no tanto) encasillamiento. Podría asegurarse sin equívoco que a Justo del Río se le debe mucho de que determinadas tradiciones pervivan y no se hayan extinguido. Personaje poliédrico, mucho más interesante de lo que la mayoría de los burgaleses podría pensar, Del Río fue un investigador infatigable, un apasionado sin límites, un hombre que empeñó su vida en eternizar un testamento secular vinculado a la tradición de esta tierra. Sus herederos, sabedores de todo ello, de ese inmenso legado, han decidido donar sus riquísimos fondos a la Institución Fernán González, insigne academia que los ha recibido con agradecimiento, alborozo y un compromiso: la realización de una monografía sobre la figura del gran folclorista burgalés.

Esa donación atesora muchas joyas: son fotografías de los años 40 del pasado siglo XX, todas ellas relacionadas con las ancestrales tradiciones de distintos lugares de la provincia, que fueron minuciosamente coloreadas por el propio Justo del Río, donde dejó claro sus dotes como artista (no sólo fue un estudioso del folclore local, también fue un brillante dibujante y pintor, como demuestra su trabajo como cartelista de cine).

Entre esos tesoros, hay dos que añaden valor al nuevo fondo que conservará y pondrá en valor la Fernán González: sendas imágenes en las que se encuentra en compañía de otra de las grandes figuras de la historia burgalesa contemporánea: el músico Antonio José Martínez Palacios. Una de ellas está fechada en Pancorbo en 1931; la otra, con un automóvil de fondo y en un lugar difícilmente reconocible, están los mismos protagonistas solazándose hasta el punto de que el compositor, fusilado en 1936, aparece bebiendo de una bota.

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