Dicen que la política es el arte de tragar sapos sin hacer gestos, y a fe que hay ocasiones en que se nos presenta la oportunidad de comprobarlo, incluso por partida doble. La alcaldesa de nuestro suelo bendito, Cristina Ayala, se sentó a la mesa el pasado jueves, se anudó con garbo la servilleta al cuello y se relamió un par de veces antes de dar buena cuenta ante las cámaras de televisión de un anfibio anuro de piel rugosa, más bien poco hecho, como si del más exquisito de los manjares se tratara. Una hora más tarde, el vicealcalde de la ciudad, el ultraderechista Fernando Martínez-Acitores, convocado al mismo almuerzo y aparentemente dominado por idéntica glotonería, encargó un bufónido verrugoso estofado a las hierbas provenzales, blandió cuchillo y tenedor y se lo zampó de cuatro bocados delante de la afición sin dejarse ni las ancas.
Arrepentidos, en fin, los quiere nuestro señor: acojámoslos en nuestro seno y aplaudamos la decisión del PP y de Vox de volver grupas y conservar las ayudas a las entidades que atienden a personas de origen extranjero en Burgos. La alcaldesa ha mutado sus prioridades y ha pasado de defender una «estabilidad» a costa de lo que fuere a exhibir una «responsabilidad» tan sorprendente como sobrevenida, y afirma ahora que las tales subvenciones se mantendrán a sangre y fuego, días después de sostener que su cancelación no tenía marcha atrás; y el vicealcalde se ha aprestado a borrar las líneas rojas que la ultraderecha había pintado en el suelo del Ayuntamiento y transige ahora con corregir su indecencia primera si se cumplen no sé qué difusas condiciones, a expensas de lo que Abascal pueda decidir esta semanita en sus cuarteles de Madrid.
Ocurre que tan llamativa conversión solo se ha producido después de que la Iglesia, el empresariado, los medios de comunicación y la sociedad civil enseñasen la proa a un Ayuntamiento encastillado en la sinrazón, así que cabe preguntarse cuáles son las verdaderas convicciones éticas de esta gente, si se basan en principios sólidos o apenas las valoran como material de mercadeo, y también en qué medida conocen la ciudad que les corresponde gobernar. Seguimos, por lo tanto, con la mosca detrás de la oreja…, y con dos sapos menos, que son sus depredadores naturales.