Clemente es un 'salao'. Se le ponen los ojillos traviesos y chispeantes cuando reconoce los pupitres, el encerado, los tinteros, los pizarrines, aquellos mapas que le parecían jeroglíficos indescifrables, los libros con los que no terminó de aprender a leer como Dios manda, o como hubiera deseado su maestro, don Hipólito, que era duro y tan inflexible como la vara de avellano con la que solía amenazar -y atizar- a los alumnos más díscolos y obtusos. «Era buena persona, pero yo procuraba ponerme lo más lejos de él», dice riendo este vecino de Modúbar de San Cibrián de 92 años que se queda fascinado al acceder a un espacio tan especial que para él constituye un viaje en el tiempo y en su memoria: la última vez que ocupó uno de esos pupitres, que no deja de observar con asombro, tenía catorce años. Son los mismos. Exactamente los mismos que llegaron a la escuela de este pueblo de los Juarros en 1932. No, no le parece a Clemente Cabezón que fuera ayer, pero se reconoce asombrado al verse rodeado del mobiliario que le acompañó durante unos años, en aquella niñez remota en la que sobraba hambre y la letra debía entrar, si no con sangre, mediante algún que otro varazo.
Que este pueblo cuente desde hace unos días con todos los enseres que, durante décadas, compusieron la escuela (hoy se exhiben en otro inmueble municipal, no el que acogió a los escolares, que ha permanecido cerrado durante muchas décadas facilitando la conservación de los materiales pedagógicos) se debe al empecinamiento de su alcalde, Antonio Valverde, que supo desde un principio que aquellos vetustos bártulos colegiales eran una verdadera joya. Y a fe que lo son.Y aunque se ha tardado unos cuantos años y se han invertido unos buenos dineros, todos se han rehabilitado y lucen hoy, como si se tratara de un museo, como nuevos en la casona que fue taberna y hoy centro de reunión de los vecinos.
Impresionan esos pupitres bipersonales que fueron suministrados por la empresa vitoriana Apellániz; también el ábaco con el que se introducía a los escolares en la aritmética; las tizas de varios colores, el encerado, los pizarrines, el borrador, los tinteros, la caja en la que permanecen, inmunes al tiempo, figuras geométricas de madera; se conservaron, y han sido asimismo restauradas, sendas huchas del día de ayuda a las Misiones, un globo terráqueo de porcelana, la jarra de aluminio que se empleaba en los recreos para disolver la leche en polvo de cuando los americanos y su PlanMarshall.Está la fotografía de Franco, que presidió el aula junto a un crucifijo y una lámina de la Inmaculada Concepción; un reloj procedente de la Relojería de Félix Alarcia.
Han sobrevivido al olvido, la humedad y la carcoma -y han sido restaurados- varios mapas didácticos. Pero quizás uno de los grandes hallazgos sea una impresionante colección de veinte paneles didácticos elaborados por Luis Soler Pujol, que trabajó en los albores del siglo XX para el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona. Cuando aparecieron, los paneles que diseñara este naturalista estaban con los cristales hechos añicos, destartalados, ajadas sus láminas. Gracias a esta iniciativa, «es probable que hoy sea la colección más completa que exista de aquella época». Según ha sabido Valverde, llegaron a la escuela de Modúbar entre 1915 y 1923 de la mano de la Dirección General de Primera Enseñanza. En cajas acristaladas atesoran todos los secretos de la naturaleza: tipos de metales, de minerales, de textiles, de plantas, de maderas, de pieles, de semillas...
Cuenta también la rescatada escuela de esta localidad con una espléndida colección de libros (manuales, enciclopedias, diccionarios, novelas, catecismos, muchos de los cuales atesoran anotaciones manuscritas hechas por los alumnos que los usaron, como la que estampó Justo Mansilla en un ejemplar de Tercer Libro, obra narrativa y poética de Joaquín Pla Cargol. A partir de 1937 se conservan casi todos los ejemplares que fueron utilizados por los distintos maestros y por los alumnos de Modúbar, explica Valverde.Resulta de gran interés la formidable colección de libros de la editorial Santiago Rodríguez y el magnífico estado que estos presentan después de su restauración.
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