Una pequeña aldea de la sierra madrileña fue pacíficamente invadida el pasado domingo por un irreductible grupo de arandinos y ribereños que llevan años reivindicando, incansables, la recuperación del tren Directo Madrid-Burgos.
En un centenar de vehículos (el objetivo igual merecía una participación mayor) se trasladaron a baja velocidad por la A-1, autovía acostumbrada a las retenciones y caravanas debido a su elevada intensidad de tráfico. Es un grupo de irreductibles porque la mayoría de la población arandina y ribereña se ha rendido ya a la inacción tras 20 años de acostumbrarse a la injusta eliminación de un servicio de transporte que funcionaba perfectamente entonces (aunque se empeñen en convencernos de lo contrario) y funcionaría aún mejor hoy en día.
Y aunque parezca que no se consigue nada, la perseverancia de estos incansables ciudadanos comprometidos con su comunidad y su entorno al menos mantiene viva la llama reivindicativa y evita que caiga en el olvido la tremenda injusticia que se cometió con este trazado ferroviario, además de la incomprensible desidia que existe incluso para mantener la vía de Aranda a Burgos para el transporte de mercancías de factorías importantes que la usan con frecuencia.
Por ello es mucho mejor insistir que callar y no moverse, que es lo que les gustaría a Adif y a muchos representantes políticos. Porque igual que en su día se fueron suprimiendo de forma traicionera y sibilina los servicios ferroviarios y se está haciendo el tonto con el tramo Aranda-Burgos de mercancías, también han ido desapareciendo en el medio rural rutas de autobús esenciales.
La movilidad, la conectividad y la vivienda deberían ser afrontadas en un plan conjunto, ambicioso y común en el cual participen instituciones y agentes sociales. Pero hay movimientos institucionales que inquietan. Así que mi apoyo a todos los irreductibles.